lunes, 18 de mayo de 2015

Congreso Internacional PAUL CELAN




Introito.


Día 1.
14 de mayo, jueves.

Asomó el sol por donde suele. La masa de aire africano suspendida sobre la planicie cacereña durante la última semana, comenzaba a desplazarse por efecto de un viento que soplaba con componente sur-suroeste, descendiendo el mercurio de dos a cinco grados y dejando nubes dispersas en el cielo.
 Dicho a la manera de Musil: Hacía una espléndida mañana de mayo.

Los organizadores (Mario Martín Gijón y César Nicolás) habían citado al personal a las 9:30 para la inauguración del Congreso Internacional Paul Celan. Eran las 9:31 cuando dejé el coche mal aparcado temiendo retrasarme aún más, interrumpir las gentiles palabras del Excelentísimo Decano, recibir miradas reprobatorias de una concurrencia sin duda puntual y rigurosa...

En efecto.

Mario ya había llegado. Solo él (los biorritmos de Maese Nicolás se activan a la hora en que las sombras son más cortas). El edificio estaba vacío (las clases habían terminado el día anterior). Y ya sabemos que al profesorado de una facultad de Filosofía y Letras -a la sazón, reunido en cónclave en la cafetería-, un Congreso sobre Celan interesa poco. Como mucho, interesa algún ponente célebre.

Mario aguardaba con estoicismo en compañía del Excelentísimo Decano, viendo encogerse las sombras y acercarse las 10 como una amenaza.

Mario, con su semblante de sabio precoz y sorna afilada, ya bromeaba con la posibilidad de que nadie acudiera (dejemos hablar al silencio). Por mi parte, y dado que mi amigo se debía a las obligaciones de organizador-anfitrión, poco aficionado como soy de la charla cortés y circunstancial, me adentré en una exposición sobre el recientemente fallecido Günter Grass, ese amante de la percusión y los rodaballos. Cartas, reproducciones de manuscritos originales, dibujos, fotos con Volker Schlöndorff, etc.
A la tercera acometida o repaso resignado a todo el material, reparé en la pequeña congregación que estaba reunida ante la puerta.

Después de todo a Celan no se le iba a rendir tributo con el silencio.  

1.

La conferencia inaugural corre a cargo del ínclito Jaime Siles. Como buen poeta, no podía soslayar la crónica personal, el apunte biográfico, el dato vital relevante siempre (o eso se piensa), aunque sea para hablar de otro. La poesía, al fin, es reportaje interior y nada gusta tanto al poeta como la anécdota cuando revierte en lustre propio. Al hilo de un encuentro y un viaje, Celan, siempre tímido y callado, se iba alojando en el cuento magro e itinerante de don Jaime, ya fuera a propósito de una traducción o cierta recopilación, tal antología o algún encuentro; dejando claro que él fue pionero y apóstol en su difusión por estos lares (no tardaría Valente, invitado imprevisto de última hora, en meter codos y acabar presidiendo la mesa en calidad de eximio celaniano, y también, por qué no apuntarlo, más caro al público que el mismo Celan).
Y yo pensaba, "palabra esencial en el tiempo"...durante hora y media. Al menos a mí, el cuento de don Jaime me dejó exhausto y con la boca seca.

Ponente 1: -Un café.
Ponente 2: -Café con leche.
Servidor:   -Ejem,...una caña. 

La mesa de comunicaciones comenzó con la ponencia lúcida y lírica de Méndez Rubio y el apunte "wikipedil" de Olga García. Entre ambos, Arnau Pons. Pons, con trazas de clérigo-cerbatana o músico de Loquillo; el discípulo de Jean Bollack, desplegó toda su sabiduría y nos regaló con una lección magistral sobre la dificultad de traducir a Paul Celan. Luego turno para José Aníbal Campos, aunque a su comunicación no puede quedarme. Inconvenientes de asistir a un congreso en la propia ciudad: el ritmo de las rutinas se ralentiza pero no se detiene.

La tarde sería una cesura, un blanco entre dos versos cuya lectura no retomaría hasta el siguiente día.


2.

Día 2.
15 de mayo, viernes.

No nos detendremos en el barómetro, solo apuntar que el tiempo había refrescado (como oportunamente me hizo ver un vecino al salir de casa). Con la lección aprendida, llegué tarde, es decir, que los más madrugadores comenzaban a llenar el paraninfo. Gestos de complicidad, miradas, sonrisas y saludos delataban la familiaridad del segundo día y predisponían a la charla ocasional y el intercambio de información. Los congresistas son una especie muy platónica y amante de la esencias:

-¿Y tú qué eres?
-Soy una nada que nadea.

Tras la gran conferencia que Jonathan Mayhew nos ofreció sobre Lorca y los plagios de Valente (comprendí que lo que silencia la "poética del silencio" valentiana es su "inspiración" lorquiana), me pregunté si Johnathan no equivocaría el congreso (es natural, de Kansas a Cáceres debe haber unos cuantos).

Aún con el eco de los versos del Poema del Cante Jondo resonando con acento yankee, y mordiendo una insensatez sobre Heidegger prorrumpida en el turno de preguntas -que dejamos cayera tranquila en el pozo oscuro de las insensateces congresiles -, nos dirigimos al bar a preparar la comunicación con una caña. De camino me encontré con mi brother Julio César Galán, que había acudido al fin a encanallar la cosa y ponerle mala leche al café frío de las 11:10. A todo esto, a don Jaime se le iba poniendo la mirada de fauno levantino con mi acompañante, a la que regalaba con anécdotas (claro) que reía jovial y sin reserva, con el nudo de la corbata cada vez más tenso.

Un congreso es eso que sucede entre visita y visita al bar.  

Después de la notable comunicación de Andreas Lampert, la más aplaudida probablemente del congreso (había que ver a José Aníbal en pie castigando sus palmas caribeñas), llegó mi turno. 

Sabedor de la hostilidad que un filósofo hablando de un poeta suscita (por más que uno sea también filólogo), improvisé una excusa, una justificación: la conveniencia de la multiplicidad de lecturas y su carácter aproximativo, nunca concluyente, con vistas a no dejar que el texto sea dominado por ninguna. Pero ni por esas aplacaría a los "guardianes de la palabra" (por cierto, la expresión es de Ana Gorría). Luego de leer mi comunicación con trazas y duración de conferencia, durante la que algún asistente descabezó un merecido sueñecito, comenzó la justa.

Pons fue el primero en echar mano al florete para desmocharme la gramatología y ensartar la diferencia con la diseminación en un "pincho moruno" deconstructivo. A sus estocadas respondía con quiebros y requiebros, cabriolas y oficio de escapista, reivindicando la singularidad de una mirada filosófica que nunca impugna (aunque no por ello esté obligada a incluir) lecturas filológicas, biográficas, históricas, etc. Por si Pons, diestro espadachín, no se bastara, se sumó don Jaime esgrimiendo esa falacia ad hominen dilecta del filólogo clásico, "los filósofos habláis de Heráclito, pero no lo podéis leer".

-Sí don Jaime. Y volvía a vigilar el flanco que enfilaba Arnau.
-Últimamente, los filósofos solo habláis de literatura (sonrisa que crecía en risas con visos de carcajadas apenas encontraba una mirada de complicidad).
-Tiene razón don Jaime, es que los científicos tampoco nos quieren en sus congresos, hágase cargo.
-¿Para qué filósofos entonces?
-Tiene razón don Jaime. Y volvía a por Arnau. Hasta que el paciente Mario, viendo que la mañana se iba sin llevarnos a nosotros, sugirió proseguir el duelo durante el almuerzo y pasar a los siguientes comunicantes, Ana Gorría y Ramón Pérez Parejo, quien acabó cosechando la acedía que yo había sembrado, al afirmar que las vanguardias eran esencialmente lúdicas. Un paredón en toda regla.


(Mención aparte merece la aparición durante mi comunicación de los ínclitos Javier Pérez Walias y César Nicolás. 

Algo hay en César de rey en el exilio, prófugo del parnaso al que la musas han puesto precio a su cabeza; ágrafo sin tragedia, pasea su YO imperial por las galerías tumultuosas de los mediocres que empozan la vida académica; sonriente siempre, inmune a un odio que cultiva con delectación y sin querer (o queriendo) a cuenta de su naturaleza aristocrática, su exigencia intelectual, su intransigencia hacia todo lo pedestre. Maestro y amigo cordial.)


Tras un cigarrillo para metabolizar el carbunclo con más carbunclo, regresamos para encontrar ya en la mesa al siguiente conferenciante, el GRAN "coronista"Eduardo Moga, sin la equipación de los Lakers pero pertrechado con un texto émulo de cualquiera de los de De Quincey (ignoro por qué, me recordó a Los últimos días de I. Kant), por su precisión, inteligencia y sabiduría.
Eduardo, consciente de que estaba al filo de las 2 (mea culpa, y de Arnau), a modo de preámbulo, esbozó una oportuna captatio benevolentiae apelando a la paciencia del respetable, prometiendo brevedad, mostrándose comprensivo con las urgencias fisiológicas que asalta a esas horas al común de los mortales; anunciado que terminaría pronto, sabedor de la tiranía de los ritmos corporales que hacen claudicar la pasión celaniana ante la perspectiva de un filete con patatas; comprometido con la fatiga de la audiencia y decidido a no ser un obstáculo para su merecido descanso; resuelto a no demorarse en exceso...en fin, diez minutos más tarde dio al fin inicio a su lectura: "Paul Celan: la soledad del suicida". Un texto en el que desplegó todo su talento de prestidigitador narrativo y virtuoso orador.

Llegó la tarde y la cercanía del fin.

Me dirigí con Julio al bar tomar un café.

-Mejor pensado, faltando aún Jarauta, ponme una cerveza.
-¿Botellín por 90 céntimos o un tercio por 90 céntimos?
-¿Dónde está la trampa?
-Sin trampa. Sonrió la bella joven de mejillas castigadas por la huellas de un acné agresivo y la pátina de una edad que desmentía el brillo jovial de sus ojos vivarachos y sonrientes.
-Ponme dos.
Julio también cambia de idea respecto al café.
-Pues otras dos.
- (....)

Así se nos pasó la tarde frente a la planicie amarilleada por un estío prematuro, anticipando posibles conclusiones para el congreso. ¿Qué tal un suicidio masivo en homenaje a Paul Celan? No faltó don Jaime asomando para hacerme una precisión terminológica (o comprobar si mi acompañante de la mañana andaba cerca).

Tras la tercera visita a la barra supimos que nunca llegaríamos a la conferencia de Jarauta.  

A la salida, Arnau, conciliador y noble, me tendió la mano para sellar una paz que, por mi parte, nunca se rompió. De hecho le agradezco su lúcida crítica, nunca seré apóstol de nadie. Como Zaratrusta aconsejaba, gusto de tomar distancia respecto a mis maestros apenas los asimilo, de lo contrario el sentido crítico se embota y degeneramos en comentaristas. Me mostró, durante el trayecto en coche hasta el centro (gentileza de un Mario exhausto), que era buen conocedor de Derrida, y me dio valiosos consejos acerca de otro Derrida periférico que esconde tesoros. Me regaló además su magnífico libro (ya lo llevo mediado): Celan, lector de Freud.
Arnau. Gran tipo. Espero que sigamos en contacto.

Lo demás no es silencio. Es ágape y conversación animada al ritmo que se vacían las botellas de "Habla el Silencio" (en honor a Celan). Los poetas a sus cosas: editoriales, formatos, colores, tipografías. La poesía se ha vuelto una cosa muy técnica. Regalando con elogios a los presentes y pullas a los ausentes sazonadas con recordatorios de las madres de los del otro extremo de la mesa. Todo muy lírico.

-¿También eres poeta? Me pregunta la catedrática de francés después de entrechocar mejillas ardorosas.
-No, este es crítico de cine. Ríe don Jaime (la crítica cinematográfica es algo que da mucha risa al filólogo). -¿Verdad? -Pregunta para que saque a la catedrática de su asombro (o la sumerja definitivamente en él).
-Así es don Jaime. Es el único gremio que me acepta. Ahora voy a escribir sobre pornografía. "La deconstrucción de la urrumatio."
-Anda, eso es latín.
-Y además rima con felatio.

La noche cae sobre los ponentes. La comitiva se dirige vacilante y jacarandosa a los bares. El congreso empieza a ser materia para recuerdos y literatura. Como bien observó César, no quedarán testimonios gráficos de que durante unos días de mayo, un grupo de "raros" se reunieron a rendir tributo a ese poeta judío que se suicidó en el Sena con el testimonio de la barbarie de una época clavado en el alma.

La prensa prefirió no cubrir algo tan excéntrico y alejado del interés general. Mejor así. Ni falta que hacía la crónica de un gris reportero que se habría documentado sobre Celan en wikipedia.

Epílogo.

La noche cayó y pasó y llegó el día después. Y solo nos queda el recuerdo de unas horas compartidas con amigos y maestros, de la charla y los mosqueos, de la crítica y los elogios, las dudas resueltas y otras nuevas crecidas al arrimo del diálogo.
A todos ellos dedico este crónica sentimental salpimentada con una pizca de sorna, pero también desde el más profundo cariño y admiración por aquellos a los que he nombrado y los otros, los que se me han quedado en el cálamo y formarán parte del silencio de la escritura.

Ahora sí, the rest is silence.   



Foto: Eduardo Moga, Julio César Galán, Javier Pérez Walias y César Nicolás.

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