viernes, 9 de enero de 2015

Te queremos Amy



Que la realidad jamás supera a la ficción es tan verdad cómo que ninguna imagen vale lo que mil palabras bien elegidas y debidamente dispuestas.

Amy se cansó de ser una tía guay y una novia enrollada, Amy se cansó de estar buena, de tragar, de ser divertida, de no enfadarse con su hombre, se cansó de sonreír de una forma cariñosa y mortificada, de guardar la línea y de la depilación íntima, se cansó de representar el papel que le habían escrito sus padres y su marido, se cansó del papel de víctima que la sociedad sigue atribuyendo a la mujer en la creencia de que así se la protege del hombre. En la creencia de que la mujer sigue siendo el sexo débil  y se halla investido de una bondad intrínseca, pues es inerme.

Y un buen día, Amy decidió poner a los demás a danzar al son de su canto perverso de sirena encabronada.



A Amy la vida le aburría y por eso buscaba consuelo en la ficción, pero la ficción no basta con ser leída, la ficción hay que vivirla como Alonso Quijano o Quesada la vivió queriendo ser Don Quijote (y tal vez llegó a serlo). Así, Amy urdió un plan para vengarse de la realidad mezquina que le había privado de la pasión de vivir haciendo de ella un cadáver viviente. Se vengaría de la realidad por haberla consumido, agotado y que se disponía ahora a desecharla higiénicamente en el contenedor al que van a parar las esposas molestas, maltratadas y no deseadas. Su plan exigía ser coronado con su propia muerte, en última instancia, todo suicidio es una venganza secreta contra la realidad. Sólo que en el momento en que los demás comenzaron a vivir dentro de la novela que ella había escrito con tanto esmero, vio cómo esa realidad mezquina cobraba nueva vida revestida con los bellos ropajes de la impostura, una vida bigger than life, una vida remozada y mejorada por la ficción que siempre supera a la realidad y le depara meandros imprevistos y saca lo mejor de cada personaje, porque escora la contingencia y se adentra en los predios de la necesidad que legisla en el arte.



















De igual modo que Joe hizo de una vida torturada y sórdida lastrada por la culpa un relato de ficción que citaba cada episodio insignificante con las grandes creaciones de la cultura, Bach, Poe, el cristianismo o Ian Flemming, Amy hizo de una ficción mediocre e infantil, una vida apenas atisbada entre los pliegues de la escritura y la rutina pequeñoburguesa y provinciana de madame de, de la hija de, de la autora de.

Y así renació la "Amazing Amy" desde el papel reglado a la caverna mediática, a la realidad múltiple de los simulacros. Amy es la hija bastarda y aventajada de Baudrillard.

Para hacer que Nick, el paleto estúpido, derrochador, que la llama esposa y folla con una nueva Amy 2.0, brille como el hombre que la sedujo y salvó una noche del tedio metropolitano, llevándola al callejón de los primeros besos tamizados de azúcar, deberá ponerlo al borde del abismo. Todos necesitaríamos a alguien que nos obligue a mirar al abismo y nos hiciera sentir el vértigo de vernos mirados por el abismo, alguien que se niegue a que nos convirtamos en nosotros mismos, que no es más que lo que los demás quieren que seamos, y nos devuelva la pasión del agon, nos salve del tedio adormecedor del día a día y nos arrastre por un mar de turbulencias en el que el mito mercantilista de la autorrealización no sea creíble, como el sueño plácido, como la muerte dulce.






Te queremos Amy, porque te negaste a ser tú misma.

Te queremos Amy, porque rehusaste la felicidad que dispensa una existencia previsible y asegurada a todo riesgo.

Te queremos Amy, porque repudiaste ser buena la esposa y amante madre en la novela que otros escribieron para ti.

Te queremos Amy, porque decidiste empezar a ser una amante esposa y la mejor madre cuando así lo exigió tu guión.

Te queremos Amy, porque tuviste el valor de escribirte siendo el personaje que querías ser.

Te queremos Amy, porque te quitaste la cara en vez de ponerte la máscara.   

Amy, te queremos.






Postdata.


Que títulos como El gran Hotel Budapest, Nebraska, Boyhood o Her, se encuentre entre lo favorito del público especializado del pasado año, es, como poco, significativo.

¿De qué exactamente?

En el enésimo año de crisis, se ha impuesto, no diré que con sorpresa, un puñado de producciones en las que prevalece una visión moderadamente conflictiva de las edades del hombre, complaciente, esperanzadora y amable (Nebraska, Boyhood). El "conmovedor" retrato de la alienación sentimental de una generación mediocre, bien alimentada y mentalmente débil (Her). Y la vergonzante trivialización del pasado reducido a un vodevil escapista (El Gran Hotel Budapest).
Cintas harto conservadoras en lo formal en correspondencia con su conservadurismo temático, y repito, en tiempos de crisis, épocas convulsas, de cambio, de experimentación, de renovación, de cabreo, de mala hostia y ganas de quemar cosas: ¿Nebraska? A tomar por culo.

Todo ello revela el anhelo en la audiencia especializada de esquinar una realidad verdaderamente problemática más allá de las pequeñas miserias reconocibles, unánimes, con las que es posible establecer una relación simpática, de las que es posible extraer una enseñanza, con las que uno puede conmoverse y salir de la sala siendo un poquito mejor persona :) Y siempre, siempre recortadas sobre el fondo de esa ficción moderna que fue, es y será el Humanismo, sobrevolando como una mosca sobre la mierda.

Así las cosas sorprende que Gone Girl se haya colado en más de una lista.

Sorprende porque se trata de un caramelo envenenado que cuestiona la ficción de la vida burguesa que ilustran aquellas obras arriba mencionadas y tan aplaudidas. Sorprende porque se descojona en nuestra cara de los mitos personales y familiares que suscribimos, no con nuestro discurso sino con nuestra vida. Sorprende porque es una película incómoda que problematiza el brillo de las evidencias y deja una carga de profundidad en el lustre de su superficie encerada.



Quizá no haya gustado tanto, después de todo. Pero a Fincher había que votarlo, ¿no?


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