jueves, 16 de octubre de 2014

ENVÍOS VI





Envío #I

Sin la salvaguarda de la premisa que dispensa el deber y mucho en cambio del riesgo insensato que solicita el deseo, el ánimo se consume en una agitación en cuyo fondo destella una lejana promesa de aventura, el abordaje de un tiempo habitable por la memoria durante un futuro cercano. Trato de cruzar la línea quebrada de mi inquietud con la más nítida de ese gozo vacilante, y finalmente me pierdo en el dibujo geométrico del enlosado.
"Me he olvidado el paraguas", como Nietszche, y un cielo pesado y opaco amenaza más allá de la ventana del tren. Nadie en el andén.

(me cansé de esperarte)
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Envío#II

El número de mi asiento está borrado. He ocupado otro lugar; he usurpado otro espacio signado con un número distinto igualmente enigmático. He colgado una ausencia bajo el ausente 126.
1+2+6=9 el número del límite, límite de la serie antes de su retorno a la unidad. ¿Me encuentro en el umbral?

(una vez dijiste que jamás estaría en paz con ellos por mi incapacidad de asimilar, reducir mi diferencia a la unidad de una supuesta identidad que los otros me presumen: tienes razón, no puedo: soy legión)
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Envío#III

El paisaje se viste de sombras como el sueño gongorino... sombras suele vestir de bulto bello. El reflejo sobre la superficie del cristal se va definiendo. La ventana al exterior, el acceso al mundo deviene espejo con la fatalidad de los crepúsculos que rompen los cristales de la tarde.
Siento el horror de lo reflexivo. La miseria de la conciencia condenada a contemplarse en el mundo para derivar certezas. La soledad de la mónada. El espejo de las dudas. Dime si no.

(un rostro ajeno cruzado de arrugas: una mirada cansada de fatigar huellas, trazos y figuras tiene lumbres de pesares; estoy condenado a la contemplación de mi rostro, esa pesada máscara que encuentro siempre al final de mí mismo)
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Envío#IV

Lo otro del mundo es asimilado al reflejo del mismo, la alteridad se reduce a la identidad: la solución final. Se borran las lindes del afuera y el adentro, se confunden las paralelas, confluye la divergencia; contra el cielo nocturno con ribetes violáceos, ante una oscura dehesa de silencio, bajo la luz cenital y gélida del vagón se dirime la cuestión de los significados trascendentales: ningún pasajero parece ocupar el significante asignado, el número que reza en el billete; y el revisor, con platónica solemnidad, trata de reducir el libre juego, contener la diseminación.
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Envío#V

Parada en una estación entre ninguna parte y el olvido. Palabras sin destino sobre un frío repentino de mediados de octubre; un frío noche y lleno: porque la luz insinúa promesas de completud: porque la luz es noche. Otoño en la ventana.

La noche es una terminal vacía con las papeleras llenas y un zapato solitario que difiere de su par.
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Envío#VI

Me levanté y fui a buscarme a mi asiento. Ya no estaba. Quedaba sólo una ausencia, el trazo seguro en la libreta apretada del revisor platónico, un vacío en el fondo vacilante de los reflejos.
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Envío#VII

Regreso a mi asiento. No es un "regreso" (la escritura me traiciona), ya estaba ocupando el significante, ahora el signo está completo, suponiendo que sea yo el significado, el logos que dice el pensamiento el pensamiento que revela el Ser: ¿soy la presencia? pregunto al revisor:

ocupe su asiento o se baja en la próxima parada.
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Envío#VIII

"¿Y si la muerte no fuera otra cosa que ruido?"
                                                                                          (155 km/h, 20:13h)


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Sin rastro del exterior, sin noticias de la realidad ni vestigio de que alguna vez existiera algo más allá del espejo en sombras que me mira.
Sólo ruido, ruido de fondo y Don DeLillo.
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Envío#IX

Es hermosa. Morena. Sonríe a las palabras que responde tecleando con habilidad sobre la pantalla táctil. Enigmática dentro de su orla azul. Una promesa exacta bajo el extremo vértice de la blusa. Cada mujer nos propone un bello enigma que estamos condenados a no poder descifrar y su cuerpo se convierte en el instrumento de nuestra resolución, apenas una solicitud arraigada en el vacío que interrogamos.

La mujer es el límite.




Lo que me seduce es la confianza en la inequívoca, rotunda presencia de sus hechuras. Frunce el labio y una duda se abre en la red que tejen sus signos: las palabras le sonríen, los signos la cortejan, bailan, se abrazan y cohabitan, protagonizan su fuga sobre las ondas que surcan el aire y los lanza a mi través, sin sustancia, buscando su destino, haciendo su destino, equívocos. Palabras sin destino.
                                                  Un destino sin letras: d
                                                                                        e
                                                                                      s
                                                                                            t
                                                                                              i
                                                     No


¿fin de trayecto?