lunes, 26 de mayo de 2014

Borges y la metafísica de los espacios (II)






EL JARDÍN DE SENDEROS QUE SE BIFURCAN.

1.

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.

               "El mundo será Tlön".

Tlön es un mundo creado por una sociedad secreta en la que concurren eruditos de diversas disciplinas. El narrador refiere que "las naciones de ese planeta son-congénitamente-idealistas (...) El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial."(Borges, 2001: 19)  
Postular el idealismo implica que no hay objetos en el espacio, sino que las palabras los constituyen en la designación imprecisa de las multitud de percepciones que experimentamos. Luego, su ordenación sintagmática dispensa la ilusión falaz de un orden causal y necesario. Por eso el materialismo fue la doctrina que más escándalo causó en Tlön, explicada a través del "sofisma de las nueve monedas". Como hemos apuntado más arriba, para Berkley en ausencia de un sujeto perceptor no hay objeto percibido, pero tampoco espacio, como forma a priori de las sensibilidad. "Dicho con otras palabras: no conciben que lo espacial perdure en el tiempo."(20)
La geometría de Tlön subordina el espacio al movimiento del sujeto, de modo que las formas se modifican. Conclusión, sólo en apariencia asombrosa, pues el horizonte de cualquier observador en movimiento se modifica, y en apariencia, sus formas. Pero dado que el empirismo suprime la dicotomía apariencia/realidad, efectivamente se puede afirmar, que las formas cambian.
Borges cuestionó siempre la presunta facultad denotativa y referencial del lenguaje, de ahí, por ejemplo, su renuencia a referir los hechos de forma precisa, como su desafecto por las descripciones prolijas en las que incurrían los narradores de la tradición realista. A este respecto, cabe destacar la sorna con la que aludía al anacronismo cometido por Flaubert en Salambó, cuando tras desplazarse a Túnez para documentarse exhaustivamente sobre el terreno, tomó nota de la presencia de cactus en el paisaje, sin reparar que la planta no es autóctona; había llegado al continente africano de América.
La palabra deviene performativa, crea su objeto en un plano lingüístico autónomo en nada dependiente de la realidad empírica. Si a esto añadimos que para la doctrina idealista el mundo es una cadena de procesos mentales, hemos sentado las bases para suprimir la ilusión del carácter representativo del lenguaje, al menos con respecto a una realidad allende los estados mencionados.
Analizados los presupuestos idealistas que vas a ser abordados en la exposición de Tlön, veamos cómo se concreta el espacio en la organización narrativa del relato.
"Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía." (15)
El espejo comparece, en primer lugar, como un objeto indeterminado de la clausula declarativa, para, en la siguiente oración, situarlo ya en escena, localizarlo de forma precisa en el fondo de un pasillo de una quinta de la que se nos da incluso, la dirección.
Detalle nada caprichoso, dado que la presunta naturaleza "testimonial" del relato es esencial para la verosimilitud pretendida, toda vez que la narración gira en torno a la asimilación de la realidad empírica por parte de otra de carácter textual.
Así, los protagonistas son Bioy Casares y el propio Borges (más tarde comparece Alfonso Reyes), y la trama gira en torno a las pesquisas de ambos para localizar un volumen de The Anglo-American Cyclopaedia  de la que Bioy ha recordado una declaración de cierto heresiarca de Uqbar: "Copulation and mirrors are abominable." La razón es clara, multiplican el mundo. Para estos gnósticos el universo es ya una ilusión o un sofisma, con lo que doblan la ilusión y favorecen el engaño. Aquí resuenan los ecos de la censura de Platón a la poesía.
"Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba." Borges hace del espejo un objeto monstruoso, confiriéndole, con el inesperado uso del verbo "acechar", rasgo propio de los seres animados. El espejo parece tener voluntad y un propósito amenazador desde su posición remota, copiar a los dos amigos que conversan, crear sendos simulacros que amenazan la identidad del original. Lo que acecha es el otro lado de las cosas, Tlön. La imagen del laberinto la ofrece un espejo frente a otro espejo, que es la realidad empírica, no más real en última instancia.
El corredor propicia el tránsito de un espacio a otro en el interior de la casa. Permite el acceso a diversas estancias, es el camino que conduce al espejo, por tanto, al otro lado que anuncia su presencia. El laberinto, por tanto, también se configura como una línea recta infinita, prologada por el reflejo especular.
El fondo del corredor se califica de "remoto", con lo que el espacio parece haber adquirido nuevas proporciones en apenas unas líneas. En efecto, el espejo produce la ilusión de un espacio dúctil desprovisto de su concreción física como veremos una vez Borges aborde la exégesis del tomo onceno -duplicación de la cifra- de la Primera Enciclopedia de Tlön, dejada por el difunto Ashe. Naturalmente, el número de sus páginas es capicúa, 1001. "El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial."(19) Esta naturaleza del espacio nada intuitiva, entraña asombrosas paradojas de las que da cuenta el propio lenguaje. El lenguaje es la fina malla que atrapa el mundo, lo ordena e introduce la noción de causalidad y contigüidad entre diversos sucesos cuyo vínculo es a posteriori.
Las categorías lingüísticas que articulan el mundo, no lo reproducen, muy al contrario, son ellas las que configuran el caos de la experiencia perceptiva. De modo que la categoría básica de "substancia" que dispensa la ilusión de una realidad subyacente y común a todos los objetos, no es más que una variedad de la falacia ontológica llevada a cabo por una categoría gramatical. "El hecho de que nadie crea en la realidad de los sustantivos hace, paradójicamente, que sea interminable su número."(20)   A esta ironía subyace la postura nominalista.
El nominalismo se oponía a las esencias "reales", los llamados universales. Lo único real son los individuos concretos sin que haya entere ellos características universales compartidas, por más que el lenguaje ofrezca esa ilusión. El relato invierte las relaciones de determinación que el realismo establece entre las palabras y las cosas. Las palabras no son un espejo, una reproducción mimética de las cosas, un suplemento que presupone el original al que remiten y motivadas por él. Ahora son ellas con su potencia poética, las que instituyen un mundo arbitrario.
"He dicho que los hombres de ese planeta conciben el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo."(20)
Se entiende que la única disciplina de la cultura clásica de Tlön sea la psicología y que la física se reduzca a ella, los procesos mentales son la única realidad. Sin embargo, el habitante de Tlön, como el de la Tierra, se empeña en la creación de teorías abstrusas que contravienen ele sentido común. La conclusión es que el hombre es un ser enfermo de leguaje.


 2. 

El acercamiento a Almotásim.
Reseña de una novela policiaca publicada en Bombay bajo el título de The Approach to Al-Mu'tasim. Su protagonista, un estudiante de derecho en Bombay, apóstata de la fe islámica, durante un enfrentamiento entre musulmanes e hindúes, mata (o lo cree) a un hombre en medio de la confusión.
Recordemos que una de las "argucias narrativas" que Borges decía emplear siguiendo a Kipling (recomiendo vívamente los cuentos seleccionados por el argentino, algunos incluso traducidos por él, bajo el título de 10 narraciones maestras, donde, por si había duda, Kipling se muestra como uno de los más grandes narradores del pasado siglo). La argucia es la de referir los hechos, en vez ordenados en una cadena causal, lógica y cronológica, hacerlo con imprecisión, cómo si el narrador no entendiera plenamente su propio relato; minando la causalidad diegética al derivar consecuencias imprevistas de actos difusos o directamente omitidos. Este recurso es uno de los responsables principales de la fascinación inagotable que sus narraciones ejercen sobre nosotros, con independencia del número de veces que las leamos.
Comienza la huida del joven por una Bombay laberíntica. Se mencionan los arrabales, cruza dos vías, o la misma dos veces, es decir, da vueltas en círculo, una de las formas del laberinto. Sube a una torre, su azotea tiene un pozo. "(...) el estudiante resuelve perderse en la India".
"La peregrinación comprende la vasta geografía del Indostán." comparecen distintos topónimos, las tierras bajas de Palanpur, la puerta de piedra de Bikanir, un albañal de Benarés, palacio multiforme de Katmandú, Calcuta, el Muchua Bazar, una escribanía de Madrás, el estado de Travancor, Indapur y regresa finalmente a Bombay. El estudiante incrédulo después de envilecerse entre malas compañías, percibe la presencia de la divinidad, una luz a la que consagra su búsqueda. Es decir, de huir pasa a buscar. De fugitivo muda su condición a la de creyente. El fin de sus pesquisas es el hombre llamado Almotásim. El itinerario que recorre, físico y espiritual del protagonista, "su órbita de leguas y años" es necesariamente vago, dado el carácter de reseña.
La India recibe los atributos del cronotopo laberinto o del universo. Su geografía es difusa, cada topónimo es referido junto a un suceso vil, conspira, fornica, mata. La geografía física deviene un territorio moral de infamia hasta percibir la luz de la bondad, momento en el que pone fin a su extravío y comienza la búsqueda de los vestigios que encuentra en otros hombres. Pasamos a una geografía humana.
En su primera noche de fugitivo, pernocta en una "Torre del Silencio", un edificio funerario en el que los cadáveres eran expuestos a la intemperie y las aves carroñeras (Fernández Ferrer, 2009:346) El estudiante recorre los cuatro puntos cardinales del subcontinente. Al norte, Benarés y Katmandú (ya en Nepal), Calcuta a oriente, Travancor al oeste y Madrás al sur, para regresar a Bombay, en la costa occidental, a poniente, lugar donde muere el sol y se halla, velado por una cortina, Almotásim.
La precisión en la designación geográfica, contrasta con el nulo deseo de orientar al lector. Muy al contrario, la acumulación de topónimos produce un vértigo semejante al de las elaboradas descripciones laberínticas que veremos más adelante.


miércoles, 21 de mayo de 2014

Borges y la metafísica de los espacios (I)



El idealismo extremo, que en ocasiones suscriben algunos relatos de Borges,  casa con una concepción del lenguaje que desconfía de su capacidad representativa, de capital importancia a la hora de mantener el concepto aristotélico de verdad como adecuación entre una proposición y los hechos. Algo ya observado por Nietzsche cuando denunciaba que los conceptos no eran más que metáforas cuyo origen se había olvidado; y los hechos mismos, un manojo de interpretaciones. El lenguaje es esencialmente retórico, lejos de revelar, oculta, urde máscaras, crea metáforas. Por eso Borges prefiere guardar silencio acerca de la realidad extralingüística.
La espacialidad tematizada en la narrativa de Borges, de carácter simbólico, se encuentra en íntima relación con la compleja concepción filosófica que articula su obra.
En primer lugar el empirismo, especialmente en la versión radical de Berkeley, para quien ser, es ser percibido. De modo que, en ausencia de percepción, no puede afirmarse categóricamente la existencia de los objetos ni su persistencia en el espacio-tiempo. Cuestión que se manifiesta en la aporía de las monedas perdidas en "Tlön".
El idealismo pone en el centro de la reflexión filosófica al "yo", "sujeto" o "conciencia", quedando el mundo exterior reducido a un "dato" que precisa de una justificación ulterior. De modo que el idealismo sienta las bases para la plena subordinación de la realidad empírica a la conciencia que lo "crea".
El nominalismo reduce el mundo a los individuos y niega las esencias, siendo estas últimas, una ilusión gramatical. La sustancialidad de los nombres es una cuestión de semántica no ontológica.
En cuanto a la ciencia, Borges siempre sintió interés por las nuevas teorías, la Relatividad y Cuántica, que se asomaban a  modelos cosmogónicos y geometrías no euclidianas que conciben un espacio paradójico respecto a la intuición humana.  





 1. 

Horror infiniti.

Aristóteles en su análisis de las paradojas eleática, distinguió entre un espacio infinito y otro infinitamente divisible. La cuestión no es baladí.  El infinito implica la no existencia de un centro, la abolición del orden, la negación última de un dios. Borges estudiará el argumento de las series de números infinitos, atribuida a Russell, suceptibles de desdoblarse en otras series infinitas. Es decir, que el infinito sería actual y no meramente el resultado de un proceso de enumeración o división infinita.
Los argumentos que abordan la posibilidad del infinito dirimen un conflicto inmediato. El  personaje-narrador se encuentra en un estado de cierto equilibrio mental hasta que se insinúa la posibilidad misma de que el espacio albergue el infinito. Este descubrimiento imprevisto conduce a una degradación gradual del estado mental y una desesperación en el personaje. En el caso de “La Biblioteca de Babel,” el narrador nos dice que los habitantes de la biblioteca son afantasmados por su totalidad: "Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse…" (62)
La premisa argumental que se insinúa como una posibilidad atroz, se convierte en un revelación que se produce en el clímax del relato. El espacio que recrea Borges a través de la elaboración de simetrías y reiteraciones de elementos, deviene imagen especular que se refleja a sí misma hasta la nausea.  
La conciencia de la crisis de la noción de tiempo basada en la linealidad y la univocidad revierte, por tanto, en la configuración de un espacio paradójico, desprovisto de categorías como dentro/fuera y que se simboliza en la imagen del laberinto.
El espacio laberíntico se convierte en metáfora de la irracionalidad de un universo que, refractario a los intentos del hombre a introducir un orden, produce la quiebra de su potencia. En ocasiones ese laberinto se configura como una Biblioteca, en otras se trata de todo un país, como India en "El acercamiento a Almotásim."
El lenguaje para Borges es, como quedó dicho, esencialmente retórico, no referencial, de modo que la mímesis objetiva confiada al poder referencial de la palabra se descubre como una estructura de tropos a la que nunca le es posible converger con una presunta realidad extralingüística debido a la naturaleza autorreferencial de los "laberintos de papel". Las palabras no muestran ni reproducen una presunta realidad extralingüística, son espejos que ofrecen simulacros. Es la postura del nominalista. No hay una realidad sustancial más allá de la palabra que la nombra. 


2. 

El laberinto.

El laberinto figura una "geografía de la ubicuidad" bajo la que se plantea una nueva visión de la realidad desde su dimensión espacio-temporal. El laberinto es la metáfora idónea ante la experiencia de un universo caótico, cuyo orden, si existe, es remoto y oculto.  Responde a unas leyes y una lógica nada convencionales, paradójicas.
El laberinto se configura en la obra de Borges de dos modos. Bien como espacio referenciado por el propio texto, bien como espacio textual, o "laberinto verbal".
El ejemplo paradigmático del primer tipo de laberinto sería la construcción de Minos para encerrar al Minotauro, mito recreado por Borges en "La casa de Asterión". La esencia de este tipo de laberinto es que no se puede salir de él. Se trata de una estructura elemental y ordenada basada en la iteración de determinados elementos, una recursividad potencialmente infinita que anula toda posible toma de referencia.
Pero también el reflejo de un mundo fantasmagórico, imagen que duplica una imagen del arquetipo platónico, que es el mundo empírico. El espejo que "inquieta" el pasillo y lo duplica en "Tlön", prefigura la amenaza de ese mundo imaginado por una legión de eruditos, poniendo en evidencia el carácter ilusorio de la realidad empírica.
Y aunque el laberinto que nos interesa abordar a nosotros es de naturaleza espacial,  también adopta la forma de un laberinto temporal en la novela de Ts'ui Pên. Al fin, el concepto de cronotopo, legatario de las teorías físicas de Einstein, implica a sendas dimensiones.
El espacio borgesiano se convierte en laberinto ya sea por exceso de determinación (una sola línea recta, como único corredor infinitamente divisible), ya sea por exceso de indeterminación (el desierto, como infinidad de encrucijadas). En ambos casos, el carácter laberíntico viene de la proyección de una característica al infinito, lo cual da como resultado la imposibilidad de salir. Dicha imposibilidad –conjeturada- de salir, se convierte en decisión de permanencia.

El laberinto, en segundo lugar, también se configura en la narrativa borgesiana como espacio textual autorreferencial. Este último se manifiesta en la mise en abîme, procedimiento retórico de reduplicación especular. Procedimiento caro al autor del "Examen de la obra de Herbert Quain", relato en el que procede mediante la reseña de su producción literaria, confesando al final de la misma, que de una de sus historias, extrajo él el relato "Las ruinas circulares".
No debemos olvidar que en ambos casos, la "realidad" borgeana es siempre textual, sin pretensión mimética alguna y sí, en cambio, una voluntad expresa que crear espejos, construir simulacros. De modo que el primer tipo de laberinto no sería más que una variante del segundo, y ambos un intento de incluir el infinito caos del mundo y su ilusión especular en el recinto finito del texto; en el ámbito de una combinatoria limitada de signos.
"La Biblioteca de Babel" o "La lotería de Babilonia", pese al locativo, no se sitúan en un espacio físico.
Estos relatos de Borges acontecen en un espacio mental, desconectando la referencialidad del realismo ingenuo entre la palabra y la cosa, por otra parte, palabra a menudo referida a otros textos, negando así un afuera del texto. Borges no aspira a reflejar el mundo, empresa proscrita por el idealismo platónico y declarada vana por el nominalismo, sino a reducir el mundo un espejo de la conciencia a través de la palabra.






BORGES, J.L.: El jardín de senderos que se bifurcan, Madrid, Alianza Editorial, 2001.