viernes, 21 de marzo de 2014

Minerva era apenas.





Minerva era apenas.


Minerva no era el cobre destemplado de sus ojos íntimos de melancolía. Ojos perfilados siempre bajo el dovelaje de las cejas, por lo común, hieráticas. Ojival la derecha cuando irónica. Aunque Minerva no era irónica, si bien lo podía parecer en ocasiones. Enojada o impaciente mejor. 

Sí. 

Apenas un color no rimaba con su deseo o el viento le llevaba una crencha de cabello a los ojos, ella lo recogía en su oreja diminuta y minuciosa, arqueando la ceja como signo de enfado contra los elementos. O la disonancia. 

Minerva no era el lápiz de labios sobre el cigarrillo que se consumía en el cenicero, ni el esmalte cuarteado de sus uñas, que apenas disimulaba los estragos de una voracidad nerviosa. 

Minerva no era una sonrisa que arrancaba con sombras de comisuras, seguía como un temblor incierto en la mejilla abierta, y estallaba al cabo en una dentadura menuda, múltiple y amarilleada capaz de poner fin a todas las violencias del mundo.
Minerva no era la paridad  recoleta de sus senos, ni la simetría compacta de sus nalgas. 

No. 

Minerva no era la delicadeza morena de sus hechuras, un cuerpo exacto bajo un vestido de novia apócrifa. 

Minerva era más que todo eso. Su comercio con el mundo era cuestión de condicionales. A la prótasis de su prevención la acompañaba la apódosis de una promesa diferida y nunca cumplida, como las ilusiones, como la felicidad.

Minerva hacía creer en lo posible y luego cerraba puertas a lo probable. Podía, si se lo proponía, hacerte creer que no había destino o el invierno iba a durar un día. Y de repente, se agavillaba al mediodía en una tristeza nocturna que la asomaba a un paisaje de ruinas donde el invierno era su único destino. 


Pero Minerva también era vulgar, como las rebajas, comer langostinos en Navidades, decir "fenomenal". 

Minerva escuchaba a Pablo Alborán y los ojos se le llenaban con lejanías de baratillo mientras dibujaba corazones sobre los apuntes apretados de Contemporánea. Si se citaba un clásico decía, "es más viejo que mear pa'lante". 
Minerva subía citas de Paulo Cohelo en facebook, para compartir su sabiduría con el mundo. Si veía una araña, se descalzaba y la emprendía a zapatazos con el animal, sin pudor a mostrar los rotos por los que le asomaba un rosa pálido tendido sobre la uña crecida. O sobre la uña breve. 

Minerva mascaba un chicle eterno que pegaba en cualquier sitio si le aburría y disponía de recambio. Minerva hacía pompas con una saliva que le bruñía la barbilla y ponía luceríos en su perfil de diosa greca. Un cordón suelto o una ventana abierta, me llevaba fatalmente a pensar en ella. 


Tan vulgar y tan apenas. Minerva, mon amour.