sábado, 11 de enero de 2014

TÚ Y YO.










"El mundo es de quien nace para conquistarlo."
Pessoa
1.


Esconderme del mundo y espiar la vida desde cualquier esquina, en lo alto de una buhardilla, como Pessoa. Ver el trajín de la gente que entra y sale del estanco, "con la muerte poniendo humedad y cabellos blancos en/ los hombres". La alegría que no comparto y la tristeza que no me toca. Con su ración de vanidad, calle arriba, la sonrisa puesta, calle abajo, los afanes, ilusiones, sueños conjurados por una esperanza criminal que garantiza el incumplimiento minucioso de todos y cada uno de ellos.

A solas con mi soledad, esa dama con carreras en las medias que fuma mentolados y se enfrenta a los demonios con munición de somníferos.  Es tan hermosa cuando velo su sueño traspasado de angustia,y pienso won't you come see me Queen Jane?

Y pienso, siempre seré el de la buhardilla.

Como Wakefield, un paria del universo, viendo la vida pasar desde su esquina del mundo, bajo el pórtico de la fantasía. La vida compartida con la tribu tiene sus cosas, pero cansa vestir la máscara. No. Lo mío es más hablar con fantasmas a cara descubierta, preguntar a Otto el cartero, si la gente sigue escribiendo cartas, si hay cartas que encuentran su destino a pesar del cabrón de Derrida. Estrangular la nostalgia con guantes de cabritilla bajo la última luz de la tarde. Eso podría hacerme feliz.

Si ahora tú y yo fuéramos las últimas personas del mundo, acaso ya fuera feliz.


2.


Desde Belleza robada, he mantenido un diálogo vital con la filmografía de BB.

Secreto, íntimo, no exento de pequeñas decepciones, apostasías furibundas olvidadas más tarde al calor de un reencuentro fortuito, cuando alguien, sin previo aviso, mientras escuchamos Queen Jane Approximately y vaciamos una botella de Smirnoff, nos pone a traición el DVD de Soñadores. Hostia puta.

Y la calle entra por la ventana de la buhardilla.

Por qué ese refugio tardío en la primera juventud. El momento más solitario de la vida, supongo, único en el que la pureza nos lleva a quemar los versos que escribimos. Los únicos verso de que fuimos dignos.

Por qué ese regreso póstumo al padre. Godard, Truffautt y ese otro al que nunca conoceremos y no dejamos de buscar con cada carta que envíamos sin remite ni destino ni lugar ni fecha. Ni un te espero, ni una duda (a dónde van las cartas que no encuentran su destino, a dónde van las palabras que no te dije; a dónde va al amor cuando se olvida).

Por qué la adolescencia ahora.


3.

Tú y yo.

El peor año del milenio nos ha dejado en su lecho de muerte la herencia de un destello de vida, un par de joyas venidas de Italia. Eso, sin estreno de Moretti.
La intensidad dramática que imprime el italiano a su mejor cine, late bajo cada fotograma de Tú y yo. La cercanía de los cuerpos, la presencia rotunda de las pieles que buscan un alma que abrazar.

Ahora que lo pienso, Bertolucci nos ha dejado imágenes devastadoras que figuran una soledad anterior al mundo.

El patrón muriendo, después de todo, sobre el frío tajo de acero que surca la miseria de su clase. El anciano emperador cuidando de sus jardines, que no son suyos. Kit junto a Port, la soledad peregrina bajo un cielo protector. Paul, y su soledad abrumadora, respondiendo al teléfono con recuerdos de familia inventados. Hablando al cadáver de una extraña que una vez jugó a ser su mujer.

Tú y yo pudo haber acabado en lo alto del Empire State, pero sigue bajo un trastero polvoriento donde se apolillan las pertenencias rosigadas de una condesa difunta.

Qué hermoso ser condesa y estar muerta.

Vestidos de noche y seda, abrigos de pieles, sombreros fedora, cloché, boinas parisinas. La memoria perdida de las cosas. Y un encuentro. Porque para que haya drama tiene que haber encuentro. Más o menos breve. A ser posible, un encuentro entre extraños. (Todos somos extraños a cualquier hora del día, pero más si es de noche )

A ser posible entre un hombre y una mujer.
Lorenzo decide pasar de ir a esquiar con su clase, como un pijo gilipollas, y quedarse una semana a solas con el otro que va con él, escuchando Arcade Fire, leyendo a Anne Rice, comiendo mierda.

Una mujer. Lucy, Isabelle. Ahora Olivia.

Para que el hombre se sintiera solo, tuvo que aparecer la mujer. La soledad es mía. El abandono, tuyo.  Sin ti, sólo quedo yo perdido en el mar de la noche. Después de la mujer, llegó otra forma de soledad. Una soledad que no llenan los libros ni las canciones de Leonard Cohen.


                                                                                        Dimmi ragazzo solo dove vai,
                                                                                                    Perche' tanto dolore?

 
(Recuerdo que mis vacaciones perfectas eran cuando mi familia se iba de vacaciones y me quedaba encerrado en mi laberinto, como la alimaña de Kafka, con el Nevermind  sonando a toda hostia y mis novelas de Stephen King.)

Olivia es ese tipo de mujer ante la que no tendría opción. Enamorarme de ella sería un destino al  que me resignaría como a la estrofa monótona de los días.  Como a su abandono. Causa dolor saber que no la voy a encontrar en el supermercado o haciendo cola en el INEM.

Olivia perturba la soledad de Lorenzo, para que aprenda a saber lo que es sentirse solo. Olivia es hermosa como hermosas son todas esas cosas que una vez necesitamos. A Olivia le arden las venas y se le quema el alma con un fuego lento alimentado de desafecto y sensibilidad. Mala mezcla. Olivia al fin nos abandona, encaminándose hacia una felicidad impostada o una felicidad probable. La primera espera en un café elegante. La segunda, aguarda entre sus cigarrillos.

Con Olivia se nos va el mundo. La soledad era su ausencia.

No ragazza sola, no no no

Stavolta sei in errore

Non ho perso solamente un grande amore

Ieri sera ho perso tutto con lei


Entonces quisiéramos  abrazarnos fuerte fuerte a Tea Falco, como nos abrazamos a todo los recuerdos de lo que una vez amamos. Por más que no los necesitemos, aún consiguen que nos pongamos a escribir. Y quisiéramos oir de sus labios no besados Ragazzo solo y pedirle que nunca nunca nos dejara en ese infierno de soledad junto a una caldera, las hormigas de Dalí y el guardarropía de una condesa  muerta. Pero la noche es un gran mar y ya no encuentro su mano fría.

Olivia al fin me dejó. Para que supiera qué era la soledad.


5.

(Obra menor. Que se jodan Bernardo, que se vayan a aplaudir bajo otra ventana. Pequeña película o espectadores pequeños. Película juvenil o una audiencia inmadura)

Pero Bernardo se está muriendo y eso pesa como una losa en el final de Tú y yo. Bernardo está demasiado acojonado para fijar la mirada de Doinel. En su lugar, saca una foto de cabina con la sonrisa puesta de eh, toda irá bien.

Es una puta mentira. Él lo sabe. Nosotros lo sabemos y no perdonamos. Bernardo, sabes bien que para mentir ya está la vida. El arte es predio de la verdad.  No pienso perdonar que durante unos segundos arrastres por el lodo una prenda preciosa urdida con fibras de emoción pura, relumbres de belleza y dolor (pareja de hecho).

Unos hilos finos finos de una verdad mortal y rosa.