viernes, 13 de septiembre de 2013

Nacionalismo y Estado.



1.
La nueva manifestación popular, que no espontánea, de la Diada, respuesta a un supuestamente acuciante deseo de independencia del pueblo catalán, nos ha dejado una resaca áspera, trabada de la enemistad de siempre y surcada de rencores de nuevo cuño, decepciones por parte de unos y otros, acusaciones cruzadas de intransigencia. Los mismos  argumentos que esgrime el de allí, tiene éste otro dispuesto en la recámara. Idéntica retórica bajo diversa bandera. Hemos visto con espumarajos en la boca a personas otrora ecuánimes y, nos consta que, con la cabeza bien amueblada. Algo revelador de que nos adentramos en los predios de lo irracional, las emociones y el bestialismo, y desde esta línea de salida cabe esperar la peor de las metas. Repito, desde un bando y el otro, y disculpen por emplear esta terminología bélica, pero ya lo dijo Vegas, sólo hay dos bandos.
El problema es tan complejo que difícilmente puede ser explicado desde los orígenes del nacionalismo moderno. Pero lo intentaremos.
2.
Fichte en su Discursos a la nación alemana, hace un llamamiento a la unión de los estados alemanes para hacer frente a Bonaparte. El nacionalismo es una apelación a la unidad en una situación extrema, la más extrema. La guerra. Sus principios se hallan en armonía con el ideario romántico y sus presupuestos de la  identidad cultural de los pueblos basada en el pasado común, creencias religiosas, hábitos lingüísticos, etc. El nacionalismo apela a la emoción, al sentimiento, a lo irracional.
Preguntémonos si queremos una organización estatal cimentada sobre principios irracionales.
El liberalismo había situado los orígenes del estado en el libre contrato o pacto social de hombres libres que deciden darse un orden jurídico en el que desarrollar sus vidas. El nacionalismo aparece después como un revestimiento ideológico tendente a reforzar la alianza, a justificarla y legitimarla.
Alemania o Italia serán consecuencia de esta primera versión de un nacionalismo aglutinante. Comprobado el efecto que tiene apelar a los principios atávicos de una comunidad, se dispone el terreno para poder ser ensayado buscando un efecto del todo contrario: la secesión. 
Nada nuevo, los judíos ya reusaban el uso de la moneda romana en sus templos. Bien es cierto que Palestina era una provincia sometida por la fuerza,  y en semejante trance, el grupo debe afianzar los lazos libidinales entre sus miembros, la identificación del individuo con el colectivo solidifica la unión que hace la fuerza. La ideología es el arma más poderosa con que cuenta el ser humano. El mismo principio que funciona en el fútbol entre los miembros de una misma hinchada o en las sectas. Sendas agrupaciones acaban siendo, no por casualidad, refugio dilecto de débiles mentales y desarraigados a la búsqueda de un Gran Hermano que les proteja y aporte un sentido a sus vidas. ¿Qué otra cosa fue el nazismo, sino un inmenso refugio para millones que demandaban trabajo y sentido, y entregaron gustosos su libertad, su alma y las vidas de sus hijos en aras de una gran esperanza, la ilusión de una nueva grandeza?
Analicen la letra de Deutschland über alles. Está todo ahí.
El nacionalismo es una ideología pues, al servicio de la cohesión. Ahora bien, ¿es espontánea? Dicho de otro modo, los miembros de una comunidad moderna, en unas condiciones de vida, digamos, “normal”, mentalmente equilibrados (o todo lo equilibrados mentalmente que solemos estar) albergan porque sí un determinado sentimiento identitario más allá del típico pintoresquismo local de cada pueblo, aldea o ciudad, que le lleve a ansiar la independencia del estado en que se halla, como si le fuera la vida en ello, o por el contrario, éste es fecundado, incubado y recolectado luego por el grupo dominante que controla la ideología, es decir, la economía? 

3.
El nacionalismo catalán  remonta su querella con el estado español al siglo XVIII. La Corona de Aragón apoya al heredero de los Austrias durante la Guerra de Sucesión. Tras ser derrotada, el primer Borbón, Felipe V, se arroga el “derecho de conquista” sobre los territorios de Valencia y Cataluña para justificar la supresión de sus fueros. Una excusa para poner por obra la labor centralizadora que su abuelo, “El Rey Sol”, había practicado ya en Francia.  El Franquismo es otro de los baluartes del nacionalismo, suprime el Estatuto de Autonomía negociado durante la República e impone un nacionalismo español tan grosero como lo es todo nacionalismo alentado desde un estado, aunque Franco tenía excusa, no era un estadista precisamente, pero con la llegada de la democracia, se restituyen todas las prerrogativas de autogobierno que obtuvieron, y más. ¿A qué pues tanta cadena humana (cadenas no, por favor)?
A nadie se le escapa que tras las iniciativas políticas y las “espontáneas” manifestaciones populares, se hallan los grupos empresariales de siempre, con sus intereses de siempre, y sus escrúpulos de siempre. Ellos son los que respaldan a los “líderes” de la nación, lo llevan haciendo desde décadas, que leen el discurso que se encuentran pulcramente mecanografiado en el púlpito y reciben luego el aplauso de las masas. Apelan a “lo nuestro”, fomentan la idea del “otro” hostil, el victimismo, el sectarismo, se empapan de una retórica belicista, una dialéctica de confrontación, se citan esperanzas en un futuro de prosperidad y grandeza, incuban discordias, disputas, decepciones entre los españoles de aquí y los españoles allí. Las dos Españas que no terminan de querer ser una. 
La esencia del estado moderno se cimenta sobre un proyecto humano, en la superación de las diferencias discriminadoras y el respeto por las peculiaridades locales cuyo alcance no debe, en cualquier caso,  impedirnos la vista del bosque, una convivencia pacífica en un marco estable en el que poder realizar el proyecto de una vida digna, cierto que ahora malquistada por un sistema económico y una clase política corrupta, a los que la división de la sociedad civil por cuestiones ajenas a nuestros intereses,  no hace más que ayudar a perpetuarse. Si buscáis enemigos, acercaros al Ayuntamiento, la Junta, Generalidad o Gobierno de la Comunidad de turno. Pasaros por El Congreso. Resulta doloroso leer a gente por la que uno siente cierta estima intelectual reclamar un referéndum al que supongo, sólo estarán invitados los catalanes, como si la reforma constitucional que requeriría una consulta popular acerca de algo como la segregación del estado de una de sus comunidades, no tuviera que ser antes sometida al escrutinio de extremeños y castellano-leoneses también.
Esto es un Estado de Derecho señores, y si han tragado con una política de recortes brutal que redundará en menoscabo de generaciones sin incendiar el Parlamento, no creo que el que la bandera española ondee en algún edificio público, sea para invitar a la desobediencia civil.
Vamos, digo yo.   


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