martes, 26 de febrero de 2013

APUNTES SOBRE DJANGO









1. Tras el visionado de Django, desencadenado (2012) dejé la sala en compañía de un cierto malestar, un retortijón mental o una duda cuyo origen no situaba con nitidez y que compartió el primer cigarrillo que dediqué al último film de Tarantino.
El malestar me acompañó días y semanas, oculto bajo un remozo de conformidad cuando cruzaba comentarios con otros espectadores, clavándome uñas ante el entusiasmo ajeno que no compartía pero me negaba a manifestar al menos hasta que no comprendiera su causa.
El caso es que tenía claro que el último tercio de la película me resultaba con mucho el más insatisfactorio. Primero por antojárseme la mascarada para comprar a Bloomhilda (Kerry Washington) un tanto forzada, innecesaria. De todos modos, aceptable como premisa o astucia para urdir una atmósfera de sospechas y crear expectación, que acaba por interesar, gracias a que Samuel L. Jackson y DiCaprio, están, como siempre, enormes. Luego vienen los fuegos de artificio y vaivenes narrativos y más pirotecnia y un caballo haciendo monerías como coronación del feliz desenlace que le deja a uno esa cara de tensa espera antes de coger su botellín de agua vacío y salir a la noche.
Eso que esperábamos era la bombilla que nos iluminara el sentido de tanto balbuceo en un guionista experimentado. Y nos pusimos a buscar el cable pelado.

2. No esperábamos demasiadas referencias al spaguetti-western la verdad, precisamente porque era lo esperable y por que ya sabemos como se las gasta Tarantino a la hora de frustrar expectativas. Nadie piensa más como espectador que Quentin, y ninguno hay tan resabiado como él. Nada de coreografías barrocas, ni miradas sostenidas, ni duelos dilatados en el oleaje de las trompetas. Y sí, en cambio, reconocemos elementos del western de los 50. Desde el evocador diseño de los títulos (relega el amarillo en favor del rojo), típico de cualquier film de Sturges, De Toth o Boitticher, hasta la sobriedad compositiva de los encuadres. Es significativa la naturalidad de la luz, impropia de las teatrales disposiciones lumínicas de Richardson, que llega a evitar el preciosismo fotográfico en el, por otro lado inevitable plano general de los protagonistas cabalgando contra el crepúsculo.
Esta puesta en escena clásica la dinamita en los tiroteos, donde se aleja de sendos modelos, el mimético clásico y el manierista italiano, para hacer una parodia granguiñolesca propia de Miike o su “hermano” Rodríguez, de hecho, nadie desde el primer y grandioso Raimi1, había tenido los bemoles de pintar una habitación con hemoglobina.
Los enloquecidos intercambios de plomo se alejan de igual modo de Peckinpah. A medida que los cadáveres se amontonan y la pantalla se tiñe de rojo, queda claro que hay una intención, un discurso muy consciente y muy pensado.
En Tarantino no puede haber épica ni tragedia, es demasiado posmo y Godard para creer en la sublimación de la violencia, en la redención por la violencia, en la dignidad de la violencia (Peckinpah). La representación de la violencia es, sólo puede ser, lúdica, divertida, grotesca, descacharrante. Siempre lo fue, sólo que antes había adoptado criterios formales más convencionales que revestían la cosa de una gravedad que no estaba en los motivos. La mejor forma de desdramatizar es la reducción al absurdo, pero a él siempre le acompañará esa fama de violento, que pongamos por caso, Spielberg, a mi juicio, mucho más cruento por cuanto carece de humor, no tiene.
Muy otra es la puesta en forma de la violencia que se ejerce contra los esclavos, aquí no ha chanza ni Nicottero, sólo carne doliente y severa condena. Aquí no hay regocijo perverso en la audiencia, aquí la audiencia se remueve en su butaca con un nudo en el estómago. Aquí Tarantino mira a los ojos al mejor Fleischer y su Mandingo, junto con La esclava libre, la obra maestra del southern.
Más clásico que manierista no pretende ofrecer una lectura mítica o desmitificadora, revisionista o deconstruccionista de los motivos argumentales, temáticos o visuales del género. De hecho, ni los explota debidamente con fines dramáticos.
Estoy por creer que este género no le interesa lo más mínimo, pero faltaba una del oeste en su filmografía y ya tocaba.
Repasando sus films favoritos, me encuentro con El rostro impenetrable, un western soberbio pero atípico a más no poder, como única representante norteamericana. La cosa se aclara. 
Ahora vayamos con ese último tercio problemático.
Pese a que la liebre de los mandingas era apresada por los lebreles de la sospecha, la cosa acaba bien y Broomhilda es comprada por Schultz (Christoph Waltz). Solución anticlimática pero aceptable. Naturalmente, siendo una película de Tarantino y que contiene una mención explícita a Die Nibelungen, debe tener un desenlace propio de la épica germánica, y así, acaba por dinamitar la lógica argumental de forma un tanto caprichosa, the show must go on.
En Malditos bastardos la trama basculaba en torno a tres enclaves relativamente autónomos y con idéntica estructura: la secuencia inicial en la granja, el reencuentro entre Landa y Shoshana en presencia de Göebles y la secuencia del sótano que a punto está de arruinar la Operación Kino, que desmentían la cacareada filiación del film con Doce del patíbulo, y lo acercaba más a piezas de Lang o Hitchcock contemporáneas al conflicto bélico. En sendos actos, Tarantino pone en liza su talento de prestidigitador y modela un suspense disponiendo la cercanía de un peligro que al cabo, se eludía aliviado o explotaba en una ráfaga vertiginosa de violencia. Pero siempre con consecuencias en el devenir de futuros acontecimientos.
El juego de ahora es similar pero funciona sólo a medias. La secuencia de la cena en Candyland es una fastuosa celebración del talento dramático de Tarantino, con en esos parlamentos hueros, silencios en los que los personajes tratan de descifrar las intenciones del interlocutor escrutando su rostro y esas sonrisas que enmascaran las propias, las sospechas del viejo Stephen, etc., ahí el suspense comparece y logra un clímax furibundo que le costó a DiCaprio varios puntos en la mano. Sin embargo, el conflicto se resuelve. Se acabó, finito.
El problema que el guionista debe afrontar es cómo romper de nuevo la calma para vivificar la acción. La indignación del Doctor Schultz ante la injusticia de esa sociedad bárbara que se pretende refinada y europea, opera como deus ex machina. Y aunque sabemos que las contradicciones de una economía esclavista no pueden resolverse en un simple apretón de manos, que la injusticia de que es objeto una raza por una elite paleta con ínfulas, no puede conciliarse con un mero apretón de manos, el espectáculo siguiente no creo que sea la respuesta al nudo gordiano ético, y menos al narrativo.

Mi reparo no se debe tanto a que psicológicamente sea poco creíble (se erige de forma megalómana en vengador de la raza negra sin considerar el peligro mortal a que se expone), o a que dramáticamente no esté motivado (ya tienen lo que querían, Bloomhilda), como a lo vacilante de la escritura de la escena, que resta eficacia a la furia que se desencadena tras el asesinato de Candie.
El espectador asiste a los tiroteos entre complacido e indiferente. Ni su ejecución visual es brillante ni revisten mayor dramatismo. Tarantino desaprovecha vilmente las posibilidades de un género que se ha pasado un siglo preparando el gran duelo final. Hay más de western en el.clímax de Kill Bill que aquí, donde para empezar, Django (Jaime Foxx) no dispone de un antagonista a la altura. No puede haber emoción o intensidad en la ejecución sumaria de los empleados de la plantación ni en su culminación con el tiroteo de la cúpula de Candyland tras el funeral del patrón.
¿Qué grandeza hay en agujerear las rótulas del viejo Stephen? Repito, no sigo un criterio ético, simplemente creo que a Tarantino le falta un personaje, el “casi” tan rápido como Django para ofrecernos una gran escena final, espectáculo, emoción, la emoción que nos anudaba la garganta de Kill Bill.

3. Para terminar con buen sabor, un apunte positivo, que no se diga. Tarantino podría haber caído en un maniqueísmo ingenuo en el retrato de los esclavos negros, la falacia ecológica que lleva a beatificar de sólito a las víctimas por el hecho de ser víctimas, presumir una bondad intrínseca nacida del dolor, pero entonces no hubiera sido Tarantino, sería Spielberg. Muy al contrario. La víctima se envilece, al ser privado de libertad y menoscabada su dignidad, el hombre pierde los rasgos que le humanizan. Vemos a negros negreros, negros que despedazan a otros negros, negros que procuran y se complacen el castigo de sus iguales, sin piedad, sin misericordia ni conmiseración. En el retrato de los latifundistas podría haber optado por cargar las tintos sobre el elemento racista, ofreciendo el retrato de protervos y decadentes déspotas, sin embargo vemos a los grandes propietarios blancos cautivados por la carne oscura de las hembrazas negras. Big Daddy (Don Johnson) se rodea de un nutrido harén, y Candie va en compañía de una hermosísima joven de color, además, sabemos que quien mueve realmente los hilos en la plantación es el viejo Stephen, cabeza pensante y el brazo ejecutor, además de una especie de padre cascarrabias de Hal. Candie no es más que un pobre idiota que no sabe francés (cómo malogra Quentin las posibilidades de esa ignorancia para que Schultz hubiera zaherido la soberbia del sureño)
Es decir, Tarantino deja claro que el racismo es un revestimiento ideológico para justificar una relación de dominación antes que una convicción personal.

Esperaba la obra maestra del western posmo y me encontré posiblemente con el largo menos satisfactorio de Tarantino.
Sí señores, Dead Man sigue imbatida.










1La alusión a Sam Raimi me sirve para evocar una actitud ante el género radicalmente opuesta a la de Tarantino, en Rápida y mortal procedía con una parodia de los tics visuales de Leone, que era ya una parodia de Ford y Mann, resultando un film grotesco que se perdía en los interminables travellings-zooms que mediaban entre los duelistas, desaprovechando un buen reparto y una historia con posibilidades.

Crítica de "Los odiosos ocho":  http://cinedivergente.com/criticas/largometrajes/los-odiosos-ocho

No hay comentarios:

Publicar un comentario