miércoles, 30 de enero de 2013

MATER SUSPIRIA


Si alguno viene a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas e incluso su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
(Lc. XVI, 26)







Tiene un regusto a cenizas este agua…

Habito los rincones vacíos de la memoria,
Un vacío que ninguna palabra podrá llenar.
Siento fluir de mí el espeso licor que nubla la tarde,
Y nada me queda por hacer,
Solo esperar.
El júbilo ahogado de los niños ya pasó,
            Era un coágulo menstrual demorado en cada ventana de la casa.

Mido eternidades sobre el marco,
Crecen tan deprisa,
Apenas cicatrices que sangran a la noche desde esta madera antigua,


Un silencio tiñe la niebla,
Y ya no lo oigo,
El chapoteo de sus miembros,
Ya no las oigo,
Palabras que olvidé,
Solo un vestigio inarticulado,
como un guiñapo súbito,
como una huella desvaída,
Clamor mudo desde el abismo.

Aún no es ahora.
El pasado nunca fue,
La memoria lo creó.
Y olvidé.

Si pudiera,
Si pudiera esperar,
Si pudiera esperar su regreso.
Si pudiera esperar su regreso le contaría,
Le hablaría de este tiempo de cenizas,
Sería mi testigo,
Sería otro mártir.
Pero en mi hogar sólo quedan rumores amargos,
y el estanqué está íntimo de luna.

Tuve tres hijos.
                            Mi memoria los creó.






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