domingo, 26 de agosto de 2012

UN FRÍO REPENTINO DE FINAL DE AGOSTO


                                                                                                                         A Justine y Curtis.

No soy nada
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en todos los sueños del mundo.
PESSOA




Ya se va acabando el verano, otro más, y el frío repentino de final de agosto, la antesala de la estación madura nos sorprende en los pliegues del vivir, echando un pitillo en la terraza, y uno se va poniendo un poco triste pensando en lo rápido que pasa el tiempo que todo destruye, y abre de nuevo sus libros de poesía favoritos (uno nunca debería cerrarlos), y soplamos el polvo al vinilo de Billie Holiday, Blue Billie, Tangled Up in Blue, Billie, y su voz suena como a la de una amiga a la que podemos contarle estas cosas sin aburrir, su voz suena a cristales desprendidos por un repentino frío de final de agosto, y me aferro a Las personas del verbo como si en ello me fuera la vida (y me va, Mr. Jones, me va), y pienso en ponerme a escribir esa novela que por fuerza habrá de titularse Como dicen que mueren los que han amado mucho, pero pasa otro agosto con su frío repentino y su fin inmediato, y el blanco nos aterra como a un Ahab de secano.
Y a su caza seguimos, como un Ahab enloquecido y soberbio.

Será que a un Marco Antonio el mes de Augusto no le es, no le puede ser, propicio. Agosto es mi Actio, mi monótona derrota en Actio, año tras año rediviva (qué bella palabra de ecos azorinianos). 
Sin Cleopatra ni Gloria. Sin llegar, ni ver y derrotado antes de tiempo, a solas con la edad.
but it´s alright, Ma, it´s life, and life only.




Y en los muslos impactados por el sol de Monica Vitti hallo un ligero solaz, se despierta el deseo en su perfil un poco vulgar y desgreñado de recién levantada y tosiendo el primer cigarrillo del día, y me encuentro al final de mí mismo, como cantaba el Sabina de los ochenta, en la eterna búsqueda de lo eterno femenino, fatigando la geografía salvaje, inmemorial y perdida de una isla de lava azotada por el temporal. 





Y ahora Billie arranca penachos de su alma en Strange Fruit.

Pero el noveno mes amenaza con ecos de trompetas y sellos que desatan maldiciones y convocan pesadillas, once años después de aquel once de septiembre en el fui arrancado de la matriz tibia de una ninfa pubescente hacia el horror de lo Real. Mientras preparaba exámenes, como ahora.
El tiempo al menos no pasa para los malos estudiantes. Septiembre siempre me espera con su prisa y un mohín displicente tensándole el labio.

Pero pasa.

Y quizá Ridley Scott tenga razón y no seamos más que la decepción de algún dios triste y olvidado que vio como su mayor temor, crearnos a su imagen y semejanza, se cumplía (Sometimes I hate you so much, Ridley), pero mientras llega el feliz momento de enmendar el error, distrae la espera viéndonos sucumbir al tiempo con la frente cada vez más despejada, ateridos por ese primer frío de final de agosto, agobiados de culpa en la madrugada rota.
Escribiendo, cuando lo que debiéramos hacer es preparar exámenes para inflar un currículo que de nada nos va a servir, porque la Tierra es tan malvada como quien la creó, y esperanza no es más que un conjunto de bellos sonidos.
Alguna vez, una hermosa mujer. Nada más, y nada menos.

Este será mi último agosto en esta casa donde se ha lacerado mi año breve, en la que de ha ido una década con un suspiro, en un te quiero, en muchas blasfemias, dónde nos ha llegado el primer vinagre de la otoñada. Dónde ha florecido la vida.

Diana. Artemisa. Mi diosa, rostro amado donde contemplo el mundo.

En esta casa he leído a Nabokov, Proust, Jaime Gil, Onetti, el eterno Cervantes, el intempestivo Faulkner, mi amado Conrad y, last but not least, Shakespeare. Los sonetos, Lear.

Lear y Cordelia. Y esa es mi única victoria contra el tiempo, haberle arrancado algunas páginas memorables.

No sé por qué, en estos días postrimeros no estoy para la filosofía. No sé por qué en estas noches desgreñadas por un mal viento, sólo en la literatura hallo consuelo y las seducciones de la razón se me antojan demasiado caras, falsos requiebros de urgencia y esquina, que no alivian y dejan un escozor por única respuesta. Y los bolsillos vacíos.

Y comienzo a trabajar en el refugio, una simple y vana afirmación contra el fin que surge del terror al que entrego la voluntad, la esperanza, todo, sintiendo que toda mí vida fluye, escapa sin remedio a una plutónica, ciega, inexorable sima devoradora, saturada de miembros aún por masticar entre una espuma ciega, ávida, caliente como una torrentera sanguina hacia el fin del tiempo o tiempo del final, tanto da cuando uno se debate entre las muelas del titán.

Y comienzo a trabajar en el refugio amorosamente, aunque sé que el amor no puede dudar, ¿o era durar?, oh innoble servidumbre de amar seres humanos, todavía buscando ese amanecer que asomado a la ventana, allegue una brisa fresca y rosácea entre tus sábanas llena de rumores, y agriete los muros de la intemperie y acalle los gritos del terror, tapando el olor a asbestos y vomitonas de mi celda interior, y nos envuelva con su tul cálido y vivo, y nos eleve en el vértice de luz sobre el ángulo ciego, y sean las palabras, las caricias y besos los que nos hagan dudar de la proximidad del fin...y la más innoble/ que es amarse a mismo!
Pero dijimos que un refugio así, no podía durar ¿o era dudar?
De nuevo el lenguaje nos traiciona, y si él se pasa al enemigo, estaremos perdidos Mr. Jones.




Y comienzo a trabajar en el refugio con la tía rompe-aceros cuando el viento de agosto azota ya la alameda, y tapamos sus huecos con la argamasa de nuestras páginas favoritas, Lord Jim, Moby Dick, Luz de agosto, La educación sentimental, y a la tía rompe-aceros le arrancan lágrimas las páginas que desgarramos bajo el cielo surcado de relámpagos, no de rabia, no de miedo, son lágrimas de alegría y secreto gozo compartido, en la certeza de que arderemos con ellas, junto a ellas, entre ellas, que formaremos al fin parte de todas, celulosa, tinta y carne en una pulpa indistinta, crepitante y común, consumida en el brillo de la radiación.
Luz de la consunción, felicidad en la consumación.

Adiós agosto de 2012, bésame, porque no volveremos a vernos.







Bañado en un oscuro humor sanguino,
volvió a gritar: ¿Por qué me estás rompiendo?
¿No hay piedad en tu espíritu mezquino?
Hombres fuimos y leña estamos siendo.
                                                 DANTE

viernes, 3 de agosto de 2012

Cuaderno de bitácora del Démeter: EL TERROR ES REAL.






-El terror es real.
Padre Lucas (Anthony Hopkins) en El rito.


El cine fantástico es un excelente catalalizador de angustias y miedos.
En los años cincuenta, una difícil coyuntura internacional a la que asomaba la amenaza nuclear, adoptó la forma de apocalípticos ataques alienígenas que servían para familiarizar a la audiencia con lo posible, al tiempo que, exorcizaban lo probable.
La buena salud del género ahora no hace presagiar nada bueno.

Parece claro que el siglo XXI es predio de zombis y demonios, testigos de la hora postrera y agentes del acabamiento universal, respectivamente.
No obstante, sendas figuraciones del horror, fueron gestadas en los setenta, entre volúmenes de Marcuse manoseados por la chavalada estudiantil del 68 que buscaba cambiar el mundo antes de que el mundo los cambiara a ellos, y las imágenes televisivas de las bajas diarias en Vietnam, que degradaban aquellas pretensiones a quimeras.
Gestadas, en el primer vinagre New Age, durante la resaca psicodélica, cuando Lucy tuvo un mal viaje y cayó del cielo con los bolsillos vacíos de diamantes para encontrarse ante el rostro demoníaco de Charles Manson, el ácido ya había dejado un vestigio hediondo de corrosión y muerte una tarde asoleada en Beverly Hills.
El zombi será el hombre unidimensional de Marcuse, corolario de la sociedad del bienestar que lo reduce a una función más elemental, básica, primaria. El demonio mide la distancia que hay entre The time they are a-changin y Sister Morphine,entre Woodstock y Altamont. Impostor, comunica siempre, un desengaño, el joyero que embosca la gusanera.


En Lars Von Trier, evangelista tardío y apócrifo de nuestro tiempo, se cifran sendas vías abiertas como venas en el fantástico de nuestro tiempo, el origen del mal y la cercanía al fin, en dos obras imprescindibles, definitivas, totales, que estoy condenado a revivir sin descanso los años que me resten (el gran cine no se visiona, se vive, como los recuerdos y las pesadillas).


El demonio.

El cine de terror del siglo XXI se toma muy en serio a sí mismo. Señal nada buena.
Veníamos de una década de revisiones y parodias, Scream o Braindead, sólo las secuelas de las grandes franquicias de los ochenta conservaban la gravedad, con desastrosos y cómicos resultados. Síntomas, en todo caso, de fatiga y agotamiento, pero también de que el horror no se sentía como algo real ni se presentía como algo probable, no era más que otra forma de consumo, consumo de emociones “fuertes”. Reflejo de una sociedad cuyos miembros seguían inmersos en un plasma amniótico y confortable, ajenos a la angustia.
A orillas del nuevo milenio, irrumpen Myrick y Sánchez para revolucionar la caligrafía genérica. Luego, Shyamalan, que citó a varios de los subgéneros con el melodrama, aportando un puñado de magníficas piezas de cámara. En esas, llegarían los remakes, alguno de ellos soberbios, Amanecer de los muertos, Las colinas tienen ojos y Halloween. Y el regreso de George A. Romero, y Kurosawa, y Miike, y Laugier...

¿Casualidad? Ante el fin de milenio siempre se despiertan viejos temores bíblicos, pero cuando nos amanece con el gran símbolo del capitalismo financiero en cenizas derramado y llegamos al mediodía en el cenit de una crisis económica de la que será imposible salir indemne...

Y el demonio.

Varias son las obras que desempolvaron las premisas de El exorcista, y profundizaron con seriedad en sus planteamientos, la fe, el escepticismo, el sentido del mal y la teodicea. Algo relativamente insólito si tenemos en cuenta que, salvo las típicas explotations, el film de Friedkin apenas había tenido continuidad.



Dominion de Paul Schaeder, entra de lleno en el asunto de la teodicea, optando por la vía tomista, el Mal es el precio de la libertad humana. Sin embargo, rehúsa quedarse en el manido argumento teológico del libre albedrío y lleva la cuestión más lejos, al abordar la responsabilidad individual en una realidad tremenda como el nazismo. Aquí toma un desvío menos complaciente, Sartre.

Aquí, hurga en la herida.

La libertad decide, inscribe, suscribe nuestra esencia en ausencia de tutelas divinas. Merrin reprocha a Dios el haberle obligado ha ejercer de delator, es decir, se reprocha a sí mismo, haberse convertido en vehículo del Mal, un colaboracionista de la vileza, no haber tenido huevos para luchar el fuego con el fuego. Todo ello, por miedo a morir.
Y la conclusión es harto perversa, la acción humana, a la postre, carece de valor. Entre el Aquinate y Sartre, se opta al cabo, por el primero. Se vive mejor cuando nos convencemos que nuestro naturaleza de agentes es precaria, subordinada a la voluntad un ente supremo, y nuestros errores atribuidos a una labilidad intrínseca, a un temor demasiado humano.



A Merrin le salva la fe. La gran mentira. Pero, ¿se lo podemos reprochar?
Primero exculpamos a Dios de su responsabilidad en el Mal, haciendo de éste el margen donde se dirime la salvación o condena del hombre.
Luego, a nosotros mismos, da igual como hubiéramos actuado en aquella situación, el resultado habría sido idéntico, esa es la dádiva diabólica, liberar la culpa, el tan socorrido lavado de manos, pues el sacrificio sería siempre en vano.
El diablo no pasa de ser una proyección de la debilidad humana, de su anhelo de huir de la responsabilidad, de tener que dar cuenta de sus acciones.
¿Y qué otra cosa es Dios?
Sendas entidades se antojan ficciones de gran utilidad cuando se afrontan trances como el vivido por Merrin, cuando se tiene que elegir el mal menor, la muerte de una docena de miembros de la resistencia, o el asesinato de un pueblo entero en represalia.
Si por algo se caracteriza el film es por su piedad hacia los personajes, jamás los juzga, humanos son y nada humano, por lo mismo, les es ajeno. El miedo, el odio, el deseo de seguir vivos a despecho de la muerte del otro. Si para ello hay que delatar, prostituirse, envilecerse, sea pues. De lo contrario, la culpa te corroe y acabas por saltarte la tapa de los sesos, como el Coronel británico: -Dígale a Merrin, que no hay otro modo.
Schraeder evidencia la falacia sobre la que se asienta la fe y que la ética no es posible mientras creamos en poderes sobrenaturales.
La ética será, a cambio de postular un nihilismo positivo, a cambio de poder crear nuevos valores en ausencia de un garante todopoderoso, de un fundamento racional “fuerte”, de metafísica. La ética será a cambio de que renunciemos al anhelo máximo del ser humano, la trascendencia. Ahí es nada.



-¿Cómo podrán seguir diciendo que Dios no existe si yo les muestro al demonio?
Emily Rose (Jennifer Carpenter) en El exorcismo de Emily Rose.



Si Dominion era un film para escépticos, El exorcismo de Emily Rose lo es para creyentes.
Nos aproxima a la tesis de que Dios premia con la posesión a aquellos de sus siervos dilectos. Cuanto más cerca se está de Él, más vulnerable se vuelve uno a los ataques de demonios, un nuevo modo de martirio mesiánico. La misión del poseído será la de acercar a la humanidad descreída a Dios ante la inminencia del fin.
El film se inspira en el caso real de Annalise Michelle (los menos aprensivos, disponéis de abundante material gráfico en you tube, que yo hice la solemne promesa de no volver a revisar), joven alemana que murió tras varios meses de extenuantes exorcismos, de inanición, desidratación e infecciones varias, derivadas de las heridas que se autoinfringía.
El caso coincidió con el Concilio Vaticano II y fue interpretado por el sector más conservador de la Iglesia como una señal desaprobatoria del mismo por parte del Todopoderoso.
Creo que incluso la beatificaron, o está en proceso. Fue allá por los setenta.
Réquiem, el exorcismo de Micaela, cuenta la misma historia, sólo que esta vez, para descreídos, apóstatas y ateos militantes. El drama de una chica con gran potencial (como dirían ahora los cursis) que sucumbe presa del fanatismo y la estupidez.



El problema en esta versión es que Hans Ch, Schmmidt no tiene cojones para llevar la historia hasta el final, mostrar el calvario espiritual y físico que padeció la joven, fuera humana o demoníaca la causa de su tormento.
Requiem no es un film honesto, es demasiado tremendo para este tipo que exhibe maneras de Lars Von Trier pero al que desagrada mancharse las manos, testimoniar la muerte lenta de esta chica, su angustia, las dudas, el terror.
El terror siempre real para quien lo sufre y lo honesto, lo ético cuando se aborda una historia así es dar crédito al dolor, es mirar al corazón de esos ojos aterrorizados y comunicar el horror a la audiencia. Es lo mínimo que se le debe a la persona cuyo drama se saquea con fines comerciales.
Micaela bien habría podido ser otra Bess y haber ofrecido su cuerpo lacerado por la salvación de la humanidad, pero un descreído, un apóstata, un ateo, poco tiene que decir en estos casos. Un tipo mentalmente equilibrado, nada tiene que decir sobre dolor, más que domiciliar en un cínico ejercicio de racionalidad, su causa en agentes externos al alma doliente.
A un ateo, un apóstata y un descreído más le valdría dedicarse a escribir artículos para Nature o diseñar programas informáticos, y dejar el arte a los neuróticos, psicóticos y demás fauna con problemas con el alcohol.
El film de Derrickson es tramposo, un planteamiento inicial sibilino pretende dejar abiertas sendas vías interpretativas sobre los hechos que al cabo deviene en un encendido y sentido homenaje al sacrificio de Emily..
Impecable en lo técnico y de gran solidez dramática gracias a un guión bien construido y un inspirado reparto, Derrickson urde una atmósfera angustiosa con momentos francamente aterradores, sin menoscabo del componente emocional impreso en el martirio de una joven que creyó que el diablo había tomado posesión de su cuerpo y creyó que su sufrimiento tenía un sentido. Estamos ante un film religioso con todas las de la ley. Estamos ante una película soberbia.

No me digáis que cuando despertamos en la noche y el reloj marca las 3, no se os aprietan los huevos...





-Que no creas en el demonio, no te protege de él.
Padre Lucas en El rito.



El rito, siendo un film esencialmente religioso, aborda con valentía el tema de la fe. Sabemos que es un absurdo plantear la existencia de Dios en el plano físico, tanto como aspirar a una revelación paulina, episodio que ha hecho mucho daño a la fe, toda vez que no supone esfuerzo alguno en su consecución.
La fe es una forma de sugestión que cuando alcanza alguna perfección permite sentir la proximidad de cierta presencia, sólo en sus predios es dable hablar de Dios, siendo como es, una experiencia subjetiva e intransferible.
Los últimos avances de la neurociencia nos están recordando lo vicario y paupérrimo que es nuestro conocimiento de eso que llamamos realidad física. Para aquellos de nosotros que caminamos entre signos e imágenes, el mundo no es suficiente y sospechamos que hay un universo de trascendencia, diferimos el tránsito por sus ramblas pero cuando estemos maduros para ir a su busca, a buen seguro que ahí estarán.
Aún recuerdo cuando leí con 18 años y el corazón en un puño El sentimiento trágico de la vida y San Manuel Bueno, mártir, dos obras maestras de la agonía a que se ve abocado el hombre cuando la razón entre en pugna con el deseo de perseverar en el ser, y el miedo a la muerte como fin definitivo, estrangula el alma.

El demonio es la vía bastarda para llegar a creer, el miedo es el móvil que conduce más rápidamente a Dios, esta es la premisa que subyace a El exorcismo de Emily Rose y El rito, y no es nueva.
En la Edad Media, pórticos y retablos se apretaban de horrores que recordaran el precio del pecado y procurando mover a la piedad y el temor de Dios al fiel. La fe es un recurso de la psyche para hacer frente a la adversidad, de ahí que se diga que no hay ateos en las trincheras ni en el cadalso.
Sin embargo, como recuerda el Padre Lucas (el mejor Anthony Hopkins desde hace mucho, mucho tiempo), la fe hay que pelearla día a día, no es un bien que se gane de una vez por todas, es caro de mantener y se ve erosionado de continuo por la adversidad.
La muerte de Rosaria, joven endemoniada a la que llevaba meses sometiendo a sesiones de exorcismos, agrieta la fe de Lucas y dispensa la ocasión al Maligno para colarse por los resquicios del alma del jesuita.
En Dominion se nos dice que el papel de Dios no es evitar el Mal sino ayudarnos a resistir ante él, pero Dios no siempre está ahí...



Atrás quedó esa figura carismática que fascinaba por un carácter transgresor, rebelde a la tiranía del manda más del cielo, que fuera soñado Byron en plena esfervescencia romántica. Lejos quedó también, ese pícaro fauno que prometía placeres, conocimientos, juventud al bajo costo del alma, tan largo me lo fiáis...

La fascinación por el Mal se ha diluido al ritmo que se han ido deteriorando los elementos basilares de nuestra civilización. Pactar con el diablo y La novena puerta respondían al estado de cosas de un mundo donde el terror aún no era real y una audiencia bien alimentada y con los pantalones hinchados, gozaba con los excesos de un simpático Príncipe de las Tinieblas, se complacía en su invitación a sucumbir en la lujuria, la gula, la avaricia.
El demonio se presenta a sí mismo como un devoto del hombre, pronto a satisfacer sus deseos sin juzgarle por ello.
El demonio era el banquero que te firmaba la hipoteca y el préstamo para el veraneo en Punta Cana.
Pero llegó la hora de rendir cuentas, y ahora, el demonio es ese mismo banquero que te embarga la casa, el coche y el smartphone





jueves, 2 de agosto de 2012

¡La lista de Sight&Sound con las 50 mejores películas de todos los tiempos!







Ya tenemos a la madre de todas las listas aquí, la confeccionada por Sight&Soud cada década desde 1952, y llega con sorpresa. Por fin Vértigo se alza con el oro destronando a Ciudadano Kane, cuyo reinado indiscutido se antojaba ya obra de la inercia, la rutina, un prestigio bien merecido pero que responde en buena medida a sus aportaciones formales, no de más relevantes que las de Intolerancia de Griffith, el gran ausente de la lista.

Y Vértigo.

Los criterios que podemos barajar para elegir un film concreto como el mejor, pueden ser varios. Uno, apunta a la importancia histórica, la influencia ejercida en su tiempo, aportaciones varias al desarrollo del lenguaje cinematográfico o innovaciones en materia narrativa, etc.
Este ha sido, en mi opinión el criterio que ha encumbrado a Kane durante medio siglo (creo recordar que en la lista de 1952 la pole fue para El acorazado Potenkim que ahora parte del undécimo puesto).
Si bien, el debut de Welles es soberbio, no me parece superior a El cuarto mandamiento o Sed de mal. La ausencia de Griffith, muestra hasta qué punto pasado el tiempo suficiente, ese mérito, cae en el olvido.
Puede que la presencia destacada de Al final de la escapada, responda al mismo rasero.
Otro criterio más volátil pero sólido, sería la vigencia de un film más allá de un momento histórico, cuando su magisterio, temas y estilemas, comparecen de forma velada, se solapan, dialogan con nuevos materiales en una urdimbre intertextual fecunda.
Son obras que no abruman con un prestigio inmediato ni ejercen una autoridad indiscutida que invita a la cita directa, el homenaje, la reverencia. No. Son obras que capturan la mirada de generaciones, que excitan su imaginación y presiden motivos visuales, argumentales.
Obras de continuo leídas en sincronía, no como arqueología.
Decepciona ver a Centauros del desierto en un discreto séptimo puesto. Si nos damos una vuelta por el cine americano de los setenta, veremos continuas versiones y variaciones del film de Ford, en Taxi Driver, El viento y el león, Yakuza, El cazador, Apocalipsys Now, Encuentros en la tercera fase o Hardcore. La pérdida y la búsqueda, la obsesión, la soledad, la violencia.

Pero Vértigo.

En El cine según Hitchcock, Truffautt no muestra excesivo interés por el film. Tampoco el viejo maestro, dolido por su discreta recaudación, parece tener conciencia del alcance de su obra. Y es que hay textos intempestivos a los que sólo el tiempo puede hacer justicia. La primera vez que lo visioné, no tendría más de 8 años y me resultó tedioso. Entonces mis películas favoritas de Hitchcock eran La ventana indiscreta y Cortina rasgada. A los 11 años volví a revisarlo, y ya me fascinó, aunque me seguía resultando hermético, frío, distante.
Adoraba Los pájaros y Con la muerte en los talones.
Periódicamente volví a él, suplicante, esperando que me revelara el tesoro que presentía pero me era negado. Luego llegarían Encadenados, Marnie y Topaz.
Psicosis siempre me pareció un prodigioso mecanismo de relojería. Por lo mismo, mecánico, sin vida.
Y al fin, entrados en la veintena, supongo que cuando ya habíamos aprendido a perder, llegó la epifanía. Sin previo aviso, una tarde (de marzo tal vez, ventosa y gris), en lo alto del campanario de la misión española, ese desgarrado Cuánto te he llorado Madeleine se me enroscó en la garganta, me hizo jirones el pecho y me desplomó en lágrimas.
Como dice Trías en su imprescindible ensayo, es una obra de arte total. No la siento superior a Centauros o a Ordet, juegan las tres en la misma liga. Cosa de días, supongo.
Aunque una lista no sea más que pura anécdota, desayunar con la imagen de Madelaine, ha sido una gran alegría.
Uno, que es de alegrías fáciles.

El Top Ten.

Agrada el tercer puesto de Cuentos de Tokio, Ozu ha sido el autor nipón que más se ha revalorizado en los últimos tiempos y con toda justicia, lo contrario que Mizoguchi, que cae dolorosamente al penúltimo puesto con Los cuentos de la luna pálida de agosto.
La regla del juego, una clásica del top-ten no pierde comba, como tampoco Amanecer. 2001 se encumbra a la sexta plaza, por delante de Centauros, en fin, dada mi devoción por Kubrick, la alegría embosca el cabreo de ver el film de Ford tan lejos. El hombre de la cámara, La pasión de Juana de Arco y 8 ½, cierran la lista.

¿Y las demás?

Siempre tan cicateros, nos dedicamos a buscar ausencias, y las hay.
La que más nos duele por aquí son las de Buñuel, Hawks, Huston, Nicholas Ray y el Lang americano, es más, la del baturro, sorprende, toda vez que la presencia El perro andaluz y La edad de oro en las listas del centenario, fueron moneda corriente.
¿Dónde está Avaricia?
Huston sabemos que nunca ha gozado del favor de la mayoría y el cine clásico norteamericano cotiza bastante mal estos días, como nos revela la ausencia clamorosa de Howard Hawks.
El paradigma está cambiando. Chaplin se desploma al puesto 48. El apartamento ni aparece.
Por nacionalidades, EE UU y Francia aportan 13 cintas cada una, Italia 6, Japón 5 y la URSS, 4.
Godard, sigue gozando de gran predicamento, es el cineasta mejor representado con 4 películas, incluyendo las imprescindibles Histoire(s).
Le siguen Coppola, Tarkovski y Dreyer, con tres cada uno. Sospecho que salvo el primero, los demás no son muy vistos hoy en día, pero aplaudimos su nutrida presencia.
La obra más reciente que engrosa la lista, y una gran alegría para mí, es Mulholland Drive, seguida de Desando amar y Satantango.
Añoro rabiosamente a Lars Von Trier.
Ahora que nos acercamos al aniversario de las muertes de Bergman y Antonioni y no faltamos a la revisión de algunas de sus piezas a modo de homenaje agradecido, extraña la escasa presencia del primero, solo Persona.
La aventura, que en 1962 quedó en segundo lugar, conserva un meritorio vigésimo primer puesto. Fellini y Kurosawa, otros de los gurúes del cine mundial durante los sesenta y setenta, conservan dos películas por barba.

La lista la cierra Le Jeteé, Marker murió el lunes.

Y como es inevitable, sufrido lector, no puedo dejarte sin colocarte mis cincuenta, qué le vamos a hacer:
  1. Centauros del desierto de John Ford.
  2. Vértigo de Alfred Hitchcock.
  3. El sacrificio de Andrei Tarkovski.
  4. Ordet de C. T. Dreyer.
  5. El Padrino II de F. F. Coppola.
  6. Río Bravo de Howard Hawks.
  7. Fanny y Alexander de Ingmar Bergman.
  8. Retorno al pasado de Jacques Torneau.
  9. La regla del juego de Jean Renoir.
  10. Grupo salvaje de Sam Peckinpah.
  11. El desprecio de J. L. Godard.
  12. Te querré siempre de Roberto Rossellini.
  13. La chaqueta metálica de Stanley Kubrick.
  14. El intendente Shanso de Kenji Mizoguchi.
  15. Fat City de John Huston.
  16. Los sobornados de Fritz Lang.
  17. Iván, el Terrible/La conjura de los boyardos de S. M. Einsestein.
  18. Ran de Akira Kurosawa.
  19. Johnny Guitar de Nicholas Ray.
  20. El mundo de Apu de Satyají Ray.
  21. El cuarto mandamiento de Orson Welles.
  22. Nosferatu de F. W. Murnau.
  23. Corazón salvaje de David Lynch.
  24. Melancholia de Lars Von Trier.
  25. Viridiana de Luis Buñuel.
  26. Sin perdón de Clint Eastwood.
  27. Una luz en el hampa de Sam Fuller.
  28. El último tango en París de Bernardo Bertolucci.
  29. El sabor del sake de Yasujiro Ozu.
  30. Secretos de un matrimonio de Ingmar Bergman.
  31. La puerta del cielo de Michael Cimino.
  32. Noche de estreno de John Cassavettes.
  33. Uno de los nuestros de Martin Scorsese.
  34. Los pájaros Alfred Hitchcock.
  35. Yakuza de Sidney Pollack.
  36. El resplandor de Stanley Kubrick.
  37. Tempestad sobre Washintong de Otto Premminger.
  38. Como un torrente de Vicente Minelli.
  39. El exorcista de William Friedkin.
  40. La semilla del diablo de Roman Polanski.
  41. Destino fatal de Robert Aldrich.
  42. Teniente corrupto de Abel Ferrara.
  43. El buscavidas de Robert L. Rossen.
  44. Doctor Zhivago de David Lean.
  45. Dublineses de John Huston.
  46. El año que vivimos peligrosamente de Peter Weir.
  47. Ed Wood de Tim Burton.
  48. Crash de David Cronemberg.
  49. La noche de Halloween de John Carpenter.
  50. Era sé una vez, en América de Sergio Leone.