viernes, 22 de junio de 2012

GLOSAS: FUGA SIN FIN







Cuando Rickard (Tony Musante) y Claudie (Trish Van Devere) se reúnen en una secuencia de Fuga sin fin (The Last Run, 1971; Richard Fleischer), el viejo Harry Garmes (George C. Scott) les cede su cuarto y se traslada al que ocupaba Claudie durante la espera.
En el lavabo está su ropa interior en remojo. Mientras Harry escurre las prendas con una torpeza convocada por el pudor y las va colgando del improvisado tendedero que la chica ha apañado, bragas, sostén, pantys, se nos muestra a la pareja en la cama entre una nube de humo, compartiendo gozosa un cigarrillo que apenas aguanta la ceniza que le arrancan las profundas caladas.



De vuelta en el cuarto de arriba, Fleischer filma ahora a Harry, tumbado en su cama a través del boscaje de prendas íntimas, con la mirada clavada más allá del techo, esperando un sueño que no llega.



La ropa interior es una obvia metonimia de la mujer, agente del deseo y vehículo de una fantasía desvelada que inocula el germen de un sentimiento que acompañará y da sentido a los últimos días del viejo driver, si bien no será más que la ilusión del que finge estar con una mujer cuando sólo está con una ramera, y la relación improbable que se entable no pasa de ser una mentira tácitamente pactada, alentada por el interés de ella, avivada por el hábito de él en esto de jugar a creérselo.
El fingimiento se convierte así en la actitud principal de sendos personajes, el viejo y la niña, su modo de ser el uno ante el otro.
A la mañana siguiente, ella le agradece que pusiera su ropa a secar:

-Habría tenido que viajar con la ropa interior mojada.
-No lo quiero ni pensar.

Hacía nueve años que Harry no conducía para delincuentes. Se había trasladado al Algarve aceptando ser una de esas personas que no pertenece a parte alguna y comprado una barca para jugar a ser un pescador que nunca va a pescar. Espanta los demonios de la traición y el abandono en brazos de una ramera, Monique (Colleen Dewhurst) a la que dice en su despedida: No es una ramera la que duerme conmigo, contigo, con él. Es una ramera la que tiene el corazón de ramera. Créeme, sé de lo que hablo. (por cierto, que bella palabra “ramera”, que no sé por qué tiene para mí resonancias bíblicas y es improbable en un doblaje actual)



Y un día, se decide volver al volante, hastiado del simulacro y lenta espera en que se ha convertido su existencia, por ejercitarse, que diría aquél. Pero antes, quizá porque tiene un mal pálpito, quizá por costumbre ante semejantes trances, se confiesa. Cuando se dispone a salir del recinto sagrado, el sacerdote sale a su encuentro y le pregunta si desea el Sacramento: No gracias Padre, ya estoy en paz.
A partir de este momento, el coche se convierte en la extensión de Harry, un viejo BMW del 57, una antigualla, como él mismo. Ahora, el vehículo será metonimia del hombre, y cuando la policía quite la llave de contacto del montón de chatarra en que se ha convertido tras la torpe huida de Rickard, único momento en que Garmes le cede el volante, y el motor se silencie, con un espasmo simultáneo Harry dará el alma, quiero decir, se muere (lo siento, por estas fechas vuelvo irremediablemente al Quijote)



Pero antes de ser acribillado, antes de ceder el coche y entregarse, en un cementerio, pero no en uno cualquiera, el cementerio en el que yacen los restos de su hijito, Claudie se sincera con él:



¿Lo dice para salvaguardar su orgullo o realmente vivió aquel simulacro de romance con plena conciencia, velando por la impostura? Arriesga su vida porque no hay vida más allá que languidecer al sol tibio de la mañana y entre memorias tristes, acaso porque ama con el amor de Spinoza, un amor que no espera ser amado. Puede que lo haga sólo por él, no por el dinero, no por la mujer, sólo por demostrarse que, como su viejo BMW del 57, sigue en forma.

El viejo muere y la niña vive, me parece bien.
Hemos comenzado hablando de objetos que definen personajes. ¿Qué hay de Rickard? Se trata de un asesino profesional al que le preparan la fuga los mismos que quieren liquidarlo. Para Rickard el mundo y lo que contiene no es más que un objeto y él se arroga el derecho de usufructo, especialmente en lo que concierne a Claudie.
Era la novia de su hermano y ahora se la cede a Harry para asegurarse la ayuda de éste. Su relación efímera con el coche, el modo en que lo siniestra, la falta de gratitud absoluta que muestra ante la agonía de Harry, de compasión ante el tipo al que debe la vida, ilustra que estamos ante un hijo de puta integral.

El mundo sería la gran metonimia de Rickard.

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