lunes, 5 de diciembre de 2011

INFIEL.


Sucede que me canso de ser hombre...
NERUDA

Los hombres somos vanidosos, inseguros, cobardes, cínicos, idiotas, desleales y pese a que, por lo general, estemos encantados de habernos conocido, nuestra crueldad, nuestra incapacidad de amar otra cosa que no sea nosotros mismos y nuestros minúsculos logros, malogra la conveniente empresa de la felicidad, toda vez que imposibilita el acercamiento a la alteridad cuando viste piel de mujer.
Porque la mujer es lo que siempre deseamos y el deseo es un verbo intransitivo que cuando ha alcanzado su objeto directo, recuerda su condición y olvida las promesas vertidas entre sábanas rumorosas y cercos de vino, pero no renuncia a su presa, la posterga, castiga su monótona condición de cuerpo en el que la lujuria cumplió su ciclo y sólo el hastío puede ofrecerle, y cuando ésta se rebele y busque convocar un nuevo deseo, el ego herido del varón blandirá diestro el látigo del resentimiento para castigar el desacato, hasta que pueda lavar las heridas en otro humedal frondoso (o lampiño) que le resarza y vengue el agravio.
Porque un objeto de deseo nos hace vulnerable. Nuestra felicidad depende de algo ajeno, libre, caprichoso, que nunca llegaremos a poseer. Y eso nos irrita. Por eso lo odiamos.
La ficción es la carretera secundaria que nos ofrece el goce por delegación de todas la mujeres que hubiéramos querido conocer: Lilith, Lara, Madeleine, Jennie, Mallory, Bronwin... Justine...que acaso hemos llegado a conocer mejor que a las choricillas que gozamos y olvidamos entre malas canciones y peores pláticas.
Pero la ficción también es el predio que denuncia nuestra condición unánime, espejo de tantas miserias que apenas admitimos, pero que secretamente sancionamos, sin que por ello renunciemos a un propósito de enmienda formulado entre dientes...para lo mismo prometer mañana.
Nadie jamás fue tan despiadado en su análisis del modo de ser masculino con la mujer como Bergman. Su cine exuda esa incómoda sensación de un reproche al oído del que ha tenido la honestidad de admitir una culpa y la valentía de comunicarla con discreción, pero comunicarla al cabo. La angustia existencial que empantana a mucho de los personajes de sus piezas más célebres es algo que me cae más a trasmano (no es que sea un sentimiento del todo ajeno, pero sí me resulta menos acuciante por el momento), sin embargo, donde realmente el sueco se muestra como un certero tirador es cuando ventila las sentinas del alma masculina.
En ocasiones, me cuesta mantener la mirada ante lo mostrado en la pantalla.
Si en Secretos de un matrimonio (1973), la ilusoria seguridad masculina sucumbía en un trance del que salía reforzada Marianne (Liv Ullmann). En Infiel(2000), dirigida por Liv Ullmann, nadie sale indemne. La nueva Marianne, en su pureza e inocencia párvula, se embarcaba en una aventura condenada al desastre. David, su amante, es un ser pusilánime y neurótico. Pide a Marian que le refiera su biografía erótica para luego estallar violentamente en un ataque de celos retrospectivos y absurdos. Naturalmente, Marcus, su marido, utilizará a la hija de ambos, Isabel, como arma arrojadiza y sólo la precoz sensatez de la pequeña evitará que se suicide junto a su padre, en el que sería el último acto del miserable drama de la crueldad pergeñado entre los bastidores del resentimiento a modo de venganza contra Marian. Lo más grave es que Marcus había vislumbrado la posibilidad de que algo podría surgir entre Marianne y David y sin embargo dispensó la ocasión.
Diríase que ambos desean la infidelidad, algo así como un “ataque bajo bandera falsa” para justificar la explosión de violencia que dirigen contra Marian, para legitimar el ejercicio minucioso de la crueldad. Es tremenda la secuencia en la que Marian regresa a casa tras haber tratado con Marcus una solución consensuada al asunto de la custodia de Isabel, y David la espera en la madrugada sabedor de que se ha acostado con su marido. Es hombre y sabe como maquina Marcus, de que forma puede humillarlos enarbolando el señuelo de la pequeña. El linchamiento verbal al que somete a Marian es uno de las escenas más incómodas jamás salidas de la pluma del sueco (el Nobel se quedó sin Bergman).
La mujer es siempre lo que deseamos, culpamos y castigamos,acaso por incapacidad de ver en ella otra cosa que un gozoso objeto de deseo, espléndido u oscuro, pero un objeto al fin.

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