miércoles, 7 de diciembre de 2011

DIARIO DE LECTURAS.

EL NADADOR


...tenía una indefinida y modesta idea de mismo como una figura legendaria.
JOHN CHEEVER





He tratado de construir mi vida con la argamasa de todo aquello que me parece bello y alimenta mi voluntad de poder y querer, lo que mantiene ligada mis fuerzas con su potencia: la literatura, el cine, la música, la feminidad. Al costo de preterir o marginar aquello incómodo, lo negativo, la conversación sobre el tiempo de hoy o el partido de ayer, el lamento idiota, la queja inútil bajo la que se agazapa una voluntad frágil por la que nada puedo hacer (pienso). A veces sacrificando una confianza, una amistad, un cariño. Nada es gratis (me digo), y seguimos con la mirada dirigida hacia la luz que señala la salida de la caverna. Y mientras, puede que un amigo languidezca abandonado ante una jarra de cerveza caliente porque yo estoy demasiado ocupado pergeñando otro texto o viendo Stalker. Y entonces recuerdo aquel relato de John Cheever que comenzaba con: “Era un día hermoso y se le ocurrió que nadar largo rato podía ensanchar y exaltar su belleza...

Una mañana estival y domingo, Neddy, un tipo que tenía una indefinida y modesta idea de sí mismo como una figura legendaria, alumbra la feliz idea cruzar los trece kilómetros que lo separan de casa, surcando a crol las piscina de cada lujosa propiedad del bonito condado en que vive feliz con su mujer e hijas. Y pone en práctica su empresa, como un deber impuesto con férrea determinación o una penitencia destinada a expiar una culpa indefinida, secreta, terrible.
Nombra a la red fluvial que ha de surcar como a su esposa, Lucinda.
Pronto, en su odisea se interpone un signo otoñal y una extraña tristeza se desploma en su pecho. Los Lindley son el primer aviso de un destino adverso que se presiente: propiedad abandonada, la piscina vacía. Decepción ante la ausencia de este eslabón en su cadena acuática que tiene motivos más profundos, guardados bajo siete llaves en el cofre de la memoria. Había disciplinado la memoria en la representación de hechos ingratos, pero la realidad es refractaria a tales argucias.
Los Halloran mencionan “sus desgracias”.
Kilómetro 6, mitad de camino. Comienza a hacerse preciso el alcohol para combatir el frío, las intrusiones de la realidad. Enfermedad de su amigo Sachs, del todo olvidada. Le asalta la idea de que no tiene modo de elegir su medio de viaje y ha de perseverar en la extravagancia aún cuando ya no le proporciona placer alguno. Lo siguiente que encuentra son vecinos desairados por su rechazo a las invitaciones. Los camareros representan el termómetro social (el de los Beswiger se muestra desabrido) Aquí, en la enésima fiesta dominguera de piscina y jardín, se nos informa de la ruina económica y la afición por la bebida de Teddy. Shirley Adams, su amante otrora y que esta tarde se hace acompañar de un joven ante el que se siente derrotado y viejo, le niega una copa.
Al fin, exhausto, deprimido, y al borde de la hipotermia llega a una propiedad cerrada, solitaria, con claros signos de abandono, estragada por las tormentas de verano, como la de los Lindley. Pero no ceja en su empeño y golpea la puerta, debe ser que no le escuchan.

...Y al final, toda la miseria que creíamos haber orillado, alejado de nuestra feliz y orgullosa existencia de figuras legendarias, contamina las aguas de la fuente Castalia con el hedor de los cadáveres que no por invisibles dejan de existir, y nos recuerdan que el compromiso con la realidad no es una opción, el arte mismo sucumbe si no atendemos a los cuidados de su tiránica y pertinaz demanda.

Ojalá en vez de escribir esto hubiera compartido esa cerveza.



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