jueves, 24 de noviembre de 2011

JUSTINE.

Tú, que atesoras un número infinito de lágrimas calladas donde fundé mi reposo.
Qué vestido de novia asesinada, qué ramo sin pétalos declina en las aguas de tus ojos.
Qué alta y feliz figura de princesa triste, de princesa rota o diosa herida, sangrante en la hebra oscura de un dolor.
Sé pura en tu soledad de número infinito.
Hay un país ardiendo en el cielo habitado de zafiros.
Hay un lugar tras el sol que anhela tu blancura triste.
No hemos buscado aún nuestra cueva mágica entre tus pechos y yo.
Cuerpo de mujer. De qué está hecho ese clarear de alabastro que hay entre la noche y el final, ofrenda de luz a manos llenas.
Si vinieras de pronto con la noche entera,
rodeada por un mar en llamas,
frente a una luna rota,
plena de miedo,
y danzaras ante astros asesinos,
danzaras ante hogueras desatadas,
temblaría el suelo bajo tus negros pasos,
y verterías, verterías sombras,
cantarías con la muerte,
su lamento de espuma y sal.
En la oscuridad crece una duda
y la noche tiene solo rumores de medusas.
Si pudiera tocar tu frente alta,
Si tu cuerpo no huyera de mis dientes en el calvero de cal sobre el que escribo,
con la luna en tu piel llenando las arrugas de mi frente.
Si pudieras bailar sobre jardines de fuego, bajo un sudario de luz, ante un sin fin de astros criminales, sintiendo como sienten las esquinas solitarias el aliento glacial de una ausencia.
Entonces olvidarías el enigma de los gorriones, hilván de notas vertidas en un lecho de espuma.
Entonces olvidarías su número o daría igual o serían sus cifras las estrellas del cielo.
Y un gusto a cenizas se demora en el cielo de tu boca,
no es nada, te dirás, sólo un vagar de letras golpeadas, de palabras sin tacto ni color.
Pero será una música cautiva y última en las cuerdas del arpa lúgubre que muerde tu canto de sirena perdida.
Yo hablo de otra cosa, de un azul que desciende, se precipita y cae, azul terrible, azul esperado,
un océano de luz que devora tus sombras escamosas, que esperas te libere de tu azul heridor,
un azul que drena la noche de tus ojos, un azul suspendido en la cresta del dolor.
Y justo antes te será concedido un deseo, y al fin, las cosas saldrán de esa manera imposible, y nadie, Justine, nadie sabrá que en ese preciso instante, cuando ya era tarde para todo, fuiste plenamente feliz.

jueves, 17 de noviembre de 2011

DIARIO DE LECTURAS.

TEDDY de J.D. SALINGER.
Como es habitual en Salinger, el narrador suele comenzar el relato con la intervención de un personaje, en este caso se trata del padre de Teddy, forma muy eficaz de introducir al lector en la materia narrativa, es más, se trata de una réplica a algo anteriormente dicho por el niño “El día exquisito te lo voy a dar a ti, amiguito.” A partir de aquí se nos pondrá al corriente de la situación (un camarote compartido por el matrimonio y los dos hijos) y el carácter de los personajes adultos ( siempre desde lo que dicen), porque la personalidad de Teddy sigue difusa. La reacción serena, calma, ente el enojo de su padre y la precisión con que refiere ciertos datos, nos ponen sobre la pista. Salinger activa nuestros mecanismos de inferencia refiriendo con detalle pero sin prolijidad gestos, ademanes, posturas o entonaciones. Del encuentro con su hermana (una pequeña que sólo cuenta con seis años de edad y que se muestra especialmente cruel con su compañero de juegos) percibimos cierta conducta anómala en Teddy, demasiado maduro, distante, condescendiente con la brutalidad verbal de la Booper, con la “infancia” que percibe en Myron, tan lejana, ajena a él y su hermana. Pero será el tercer encuentro que tenga Teddy el que nos da al personaje.
De nuevo el narrador desconcierta al lector al hacer aparecer a Nicholson como un desconocido para Teddy. Sólo por el diálogo sabremos de un fugaz encuentro anterior entre ambos, y toda la información referida al crucero que realiza la familia McArdle, nos será ofrecida: Teddy ha sido entrevistado en varias universidades europeas debido a su sobre dotación intelectual (algo a lo que ya se había referido su furibundo padre con ironía). Pero lo verdaderamente revelador será su hondura espiritual que le lleva a despreciar la relevancia tanto de las emociones (gusta de los haikus por su desnudez emocional) como de la inteligencia analítica, para desconcierto o malestar de su interlocutor. De especial interés resulta su opinión sobre lo errado de una educación que prioriza la aprehensión del mundo a través de conceptos, el cultivo de la inteligencia analítica, útil para su objetivación y posterior manipulación, pero una rémora para “ver” más allá del cambio y lo múltiple, de la discreción de la materia, la unidad substancial y la co participación de cada individuo en el todo.
Salinger aparentemente no se pronuncia, dejando que sea el lector quien desde sus convicciones, valore sendas posturas (mística y racionalista). Será el devenir narrativo el que dicte sentencia.
Tras dejar al niño, Nicholson deambula absorto por diversas cubiertas, adivinamos con facilidad la materia de sus pensamientos cuando, al avistar un cartel que reza: A LA PISCINA, se escucha el grito sostenido de una niña pequeña, tal vez de seis años, puede, eso lo colige el lector, que se trate de Booper. De forma nada inocente, Teddy, que durante su coloquio con Nicholson está pendiente de la clase de natación que tiene de forma inminente, y al tratar de ilustrar a aquél acerca de la irrelevancia de la muerte corporal, pone como ejemplo un accidente suyo en la piscina, vacía. ¿Se cansó el pequeño Myron de los abusos de Booper? En cualquier caso, presentimos que Teddy tendrá la ocasión de probar en la práctica sus teorías sobre la muerte.
La inquietud en que nos suspende el incierto desenlace del relato, trasluce cierta ironía sobre el planteamiento místico de Teddy, dejando en suspenso la reacción del niño al conocer la presunta muerte de su hermana, que intuimos, no será desde el desapego que predica ni la serenidad que le reviste. Por otro lado, el sadismo manifiesto de Booper testimonia los frutos de la inteligencia en ausencia de sentimientos.
Salinger es brillante dialogando. Teddy habla exactamente cómo debe hablar un niño extremadamente inteligente. En su polémica con Nicholson (eco de otras muchas mantenidas durante su viaje en Europa), desenmascara de continuo las intenciones de su interlocutor, destruyendo con sagacidad sus consabidos argumentos, consciente de su superioridad dialéctica pero temiendo ofender a Nicholson, haciendo gala de una soberbia tan manifiesta que se reviste de condescendencia y desinterés hacia el otro. Nicholson le interesa vagamente más que Myron, en la medida que el primero le permite ejercitarse, no lucirse, no es ostentoso. El segundo sólo convoca una ausencia, de empatía, de piedad.



domingo, 13 de noviembre de 2011

ALEGATO EN FAVOR DEL SUJETO.


                                It´s not easy facing up when your whole world is black.                                                     
La juventud salvaje, amamantada por la loba capitolina, quema ruedas por el carril de sentido contrario en la noche oscura y sin alma de un pasado por venir, devorando a la carrera el tiempo que los devora. Ataviadas con bombín y pestañas de pega, las máscaras felices saltan alegres por charcos y fronteras bajo una lluvia de leche enriquecida su insolencia predadora y despeinada, disparando eructos y vomitando semen contra los puntos de fuga de una geometría totalitaria y decadente, infinitamente más aterradora que su párvulo frenesí.

Entre el desorden y la injusticia, prefiero la injusticia.” Goethe.

Una deshumanizada ingeniería social planifica la convivencia imposible de los lobos. Esto es La naranja mecánica (A Clockwork Orange; 1971)

Para Kubrick el mal es siempre institucional. Cuando las pulsiones del sujeto son puestas al servicio de la tribu, se priva a éste de algo precioso, una singularidad terrible que sólo responde a los dictados hedonistas de su Ello; que es preciosa, por su individualidad irreductible, su libertad es infranqueable, so pena de arruinar una humanidad siempre oscilante, alienarla y embrutecerla como resorte en el reloj averiado al que da cuerda la labor cultural. A Kubrick no es que la cultura le genere malestar, no, le repugna. Quisiera destruirla. Hasta el arte sucumbe y se pervierte en manos de los cirujanos de la sociedad.

Una deshumanizada ingeniería militar reprograma a los lobos para que sean más lobos. Esto es La chaqueta metálica (Full Methal Jacket; 1987)

El film comenzaba con la esquilma de las greñas de una docena de rostros anónimos y anodinos a los que se les iba la identidad en cada fibra capilar. En adelante, dejarían de ser fulano o zutano para convertirse en Private Joker o Private Cowboy y afrontar el adiestramiento expeditos de réditos personales, culturales y morales. Y al final, cuando sólo sean sombras recortadas sobre las llamas y su humanidad haya sucumbido, un ejército apocalíptico desfilará sobre los rescoldos de un mundo arrasado al ritmo marcial de las canciones del Club de Mickey Mouse, aferrados a un vestigio de su infancia cercana del que se librarán pronto, y entonces Joker, consciente, demasiado consciente, espetará: “Puede que este mundo sea una puta mierda, pero estoy vivo y no tengo miedo.”
PAINT IT BLACK, JOKER!

Kubrick condena el sistema y salva al individuo. Alex se salva cuando las visiones extáticas vuelven a él y lo sabemos libre al fin del Ludovico. Es uno de los finales felices más memorables de todos los tiempos, análogo, al no menos feliz de la milagrosa recuperación del Dr. Strangelove operada por el halagüeño porvenir que se le avecina tras el holocausto nuclear en Teléfono Rojo, ¿volamos hacia Moscú? (Dr. Strangelove; 1963).
Joker salva un reducto de su humanidad amordazada dando el piadoso tiro de gracia a la francotiradora agonizante que había matado a sus amigos, antes de que su mente vuelva a estar ocupada de nuevo con la promesa del gran follar del regreso.

Kill and Fuck, epítetos épicos caracterizadores del hombre, que en inglés suenan rotundos, redondos, evocadores, con la violencia de la oclusiva velar iniciando uno y clausurando el otro, que por mor de la aliteración, de nuevo convoca al primero, y así, prosiguen trazando un círculo fatal que comprende y cerca nuestra historia universal de la infamia.

Kubrick concilia a Hobbes con Rousseau; del primero toma la premisa. Del segundo, la conclusión, traicionando a ambos, dando a cada uno su parte de razón, y destruye el edificio ilustrado con más violencia que las tres generaciones de La Escuela de Frankfurt juntas.

sábado, 5 de noviembre de 2011

NO IBA A SALVAR A MARTHA...

     Pero no era un viento fresco soplando contra su rostro sudoroso, sino caliente, que llevaba el olor de la arena roja. Pero era viento, firme, podía sentirlo sobre su rostro húmedo de sudor y verlo, quemándole salvajemente, bajo el ala del sombrero, pesadamente, entre las hendiduras de su frente, y más abajo, suspendido en el espesor embarrado de las cejas. Pero era más que eso. Era más que un escozor que se le enroscaba ahora a los ojos, aunque apenas pestañeara, era el obstinado avance de una idea, detenida por un momento para que la mirara, pero todavía buscando ese profundo nivel mucho más bajo que la industria pertinaz que conmocionaba el lomo de la bestia, perentorio, pero de una manera remota, más bajo que el nivel horizontal del lomo blanco de sudor animal y el hálito prolongado para soportar el peso de un mundo mientras le durara el resuello, eran los ojos bien abiertos llenos de algo más allá del fulgor del mediodía, sin nada de encogimiento, aún no de horror, con una especie de asombro bataneado por el corazón fuerte del caballo, pendiente de su respiración urgente, como dragando el aire que le sobraba pero que podía remansarse si fuera preciso, si se renovara, si reviviera el deseo, pero era una vana esperanza aguijada por su ilusión de prisa, antes de saber y ya, sabiendo, con la certeza clavada en su entrecejo oscuro, de que la distancia se enredaría entre los cascos, trepidando en la sustancia viviente del animal hasta detenerla, sin alcanzar su improbable destino, cuando la idea que se había insinuado entre las dunas, indefinida y confusa, lindera con nada, esquiva, se encrespaba entre los surcos recorridos de sudor, llena de fuego, llena de triunfo y salvaje desafío, pero también de repudio y hasta piedad, como si el mismo andamiaje de sombra en que se encarnaba, supiera que no se atrevería a volver sobre sus pasos, y súbitamente lo oyó, se dio cuenta que había estado escuchándolo todo el tiempo, bajo el golpeteo atrozmente descompasado de sus sienes, elevado apenas sobre el bataneo profundo del animal, en el gemido del viento caliente que arrastraba una arena feroz, con olor a humo y carne chamuscada, no con melancolía, no con inquietud, sino con una especie de complacencia maligna, y no alarmado, ni preocupado, sino rabioso, en cresta se rizaba la recién formulada certidumbre, como un guiñapo sanguinolento y gemebundo: no iba a salvar a Martha.

martes, 1 de noviembre de 2011

MIS NOCHES LÚGUBRES.


No shadow no stars
No moon no cars
November
 Tom Waits

Cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso...”

y me encuentro escuchando a Billie Holliday hasta la alta madrugada con el corazón en el puño de su voz y olvido si leo un año más Pedro Páramo o tan solo recuerdo una escritura doliente que me caló el alma por primera vez en el umbral de otro noviembre tan lloviznoso y húmedo como este, cuando avisté Comala en un degüello de soles y sus fantasmas hospitalarios salieron a mi encuentro, y apenas eran un coro de voces cautivas en el limbo de un rencor vivo, y su eco, como el Odradek de Kafka, era el crepitar de hojas secas que viento del pasado arrastra hasta este presente menos real, sin delicadeza ni elegancia, traspasado de murmullos y crujir de muebles viejos que esperan la caída de la casa para liberar su odio contra el mundo...

y me encuentro leyendo a Poe una vez más en una vieja edición de hojas amarilleadas sin clemencia, hojas rugosas con olor a poluciones pretéritas y urgentes sobre las que descosí en menudas grafías los desvelos de mi adolescencia en vilo pautada por el nevermore que se repite como las voces de Comala, sin esperanza ni posible olvido, no en la ignorancia, sabedor de que algún día me encontrarían con toda esa amargura atisbada entre los visillos rosigados del tiempo, adivinándome allí donde me desconocía, viéndome morir cuando apenas a vivir había alcanzado...

y me encuentro asistiendo a la separación de dos amantes de ellos mismos, cuando ya han dejado de ser niños, tan conformes con recordar el colorido de las flores y el esplendor en la hierba hasta cuando ya no quede hierba ni flores, ni tan siquiera recuerdo, y sentimos el impulso de gritar contra el vacío luminoso de la pantalla sorda, no comulguéis, por Dionisos, con la madurez, que es resignarse a la renuncia, no transijáis con el chantaje de la responsabilidad o la ilusión de falsa seguridad tan vecina, no dejéis de ser rebeldes sin causa ni de limpiaros los mocos en la manga ni el fornicio ante el espejo; es una percha demasiado endeble para colgar toda una vida asentir con los dictados de esta insípida realidad, la tediosa realidad, el fastidio universal de ser prudente, es una puta mentira que la belleza subsista en el recuerdo...

y me encuentro mirando a través del cristal constelado el lento declinar de las hojas tan amarillas y tan secas como las páginas de mi libro de Poe, apretado de reproches y cercos de café, mientras Waits me dice, y yo le creo (sólo me dejo aconsejar por bebedores, por los buenos bebedores), que somos inocentes cuando soñamos, acaso porque no podemos traicionarnos, tentación con la que condesciendo cada vez que me pongo a corregir y corregirme, y me auto censuro y me arrepiento pero no puedo evitarlo, no puedo evitar ser tan cobarde y consentir, y asentir o arrepentirme donde debería afirmarme, por que así son las cosas, me digo, y la ilusión pende del frágil hilo de su impostura sobre mi cabeza cada vez más despoblada, y casi no me quedan cigarrillos y ya cerraron el bar de la esquina y me pruebo frente al espejo la máscara cuarteada de Michael para ver si puedo salir a la caza de adolescentes que me resarzan con un pálpito de su carne arremetida bajo o sobre o entre el cuchillo de sangre que me rebosa, que me absuelvan de este vago sentimiento viscoso y hediondo que me abrasa bajo el pantalón con un grito rasgador del cortinaje de la noche espesa de rimel y malas canciones, y consumado el crimen, vierta sobre el asfalto húmedo por un noviembre lloviznoso y húmedo, esta bilis de anhelo a la que alguno más inspirado se refirió con el cultismo “melancolía”.