domingo, 3 de julio de 2011

La mujer de al lado

Your eyes are soft with sorrow
Hey, that´s no way to say goodbay
Leonard Cohen


Me despiertan unos golpes acompasados. Una puerta mal cerrada. El viento de la madrugada obra el resto. Vienen de casa de Mathilde. Ella y Bachelard ya se mudaron y aún no ha sido alquilada de nuevo. Mejor será que vaya. Sé que ella no estará allí, pero iré de todos modos.
 Habíamos prometido que sería la última vez ante las sábanas furtivas que testimoniaban una voluntad siempre frágil, un deseo equívoco suspendido sobre la desmemoria, en otra noche que resuena hoy como el eco de un reproche en la bóveda gótica de mi alma. De nuestra alma. Y esa promesa tejida con palabras ilusas que pendían del frágil hilo de su mentira; velada por la estrofa de lágrimas vertidas en duelo por una felicidad remota, contenía toda la posibilidad del amor pero ningún compromiso, cuando enredados en la autocompasión los jirones de luz de la amanecida pusieron sordina a las voces de la pasión y yo renacía sereno al encontrar un punto de apoyo en mis deberes conyugales, diluido ya el gusto hembra de tu carne arremetida en la apenas tenue memoria de un pasado común, no por bello entonces menos triste ahora Mathilde. Pero esa no era forma de decirnos adiós.
Solo una vez más quisiera que se trenzará el deseo en los márgenes de la noche oscura entre tu piel suave y mi amor en fuga; sólo un vez más evocaría al joven que en el mes de la estación florida ofició misa en el templo de tu cuerpo y bebió el licor fuerte del cáliz de tu sexo eucarístico para sucumbir a una dulce embriaguez que lo mantuvo cautivo en el enrejado de tus piernas hasta que decidiste liberarme y me abandonaste. Porque tú fuiste la que me dejó alegando que no te quería, sólo te deseaba. ¿Y qué es el amor sino un deseo incólume? Pero el destino eligió por nosotros.
Y ahora camino por las vaguadas de esta noche sin luna en la que el viento me allega furias y penas, y anhelo en vano abocarme a tus labios tantas veces besados con la débil certeza de que sería la última vez, aún con el gusto ocre de la promesa rota en la boca, sintiendo el corazón sobrevolado por negros presagios, siempre víctima del deseo que se eriza bajo la piel y fluye por mis arterias su sustancia ávida, inalterada, que hace oscilar una voluntad que se creía firme, ignorar oscuros presagios que harían vacilar al más fuerte y hasta romper promesas rubricadas con lágrimas sobre sábanas furtivas. Solo quisiera encontrar la manera de decirte adiós, si es que hay alguna.
En el interior de la casa se podía respirar el aire que habían segregado y removido fugitivas sombras entregadas, éxtasis momentáneos, breves resoluciones, juramentos de amor urgente y jadeos de amantes culpables, queriendo alzarse desde el polvo de los colchones, de las paredes, de la oscuridad del piano abandonado en el ángulo más oscuro del salón. Busqué en vano por los espejos un reflejo, una sombra, un vestigio de tu ser cautivo en el enigma de sus superficies. No fue forma de decirnos adiós.
Enciendo un cigarrillo y otro más y veo al joven amante, al solícito, al desdeñoso, al arrepentido, al hombre que espera en la noche tu regreso imposible. Las corrientes de aire me juegan malas pasadas allegándome el repiquetear alto de tus tacones. Y en las sombras inquietas me figuro tu silueta sinuosa recortada en cada muro. Y ese olor tan tuyo alienta mi esperanza en un reencuentro infinitamente diferido, definitivamente aplazado.
 Son las cuatro de la mañana pero busco el mediodía y estas visiones de Mathilde es lo único que me queda…


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