jueves, 23 de junio de 2011

DIARIO DE LECTURAS

SÁNDOR MÁRAI: EL ÚLTIMO ENCUENTRO.

En las últimas páginas de la novela se dice que acaso el significado de la vida radique en la pasión que une a otra persona, ya sea con el lazo de la amistad, los grillos del amor o el dogal del odio –añadimos nosotros -. El relato se encamina a dar testimonio de tres vidas que transitaron la senda luminosa de la pasión que se aboca sin remedio a la encrucijada que conmina a elegir un camino: el crimen o el abandono.
El anuncio del reencuentro de dos viejos amigos, Henrik y Konrad después de varias décadas viste de inquietud la antigua mansión en que  vive el general (Henrik) y su casi centenaria nodriza Nini. ¿Qué quieres de ese hombre? Le preguntará Nini. La verdad. Pero conoces la realidad. La realidad no es lo mismo que la verdad, quizá Konrad la sepa y pueda arrebatársela. La verdad de por qué se separaron, la verdad de su relación con Krisztina, la esposa de Henrik, la verdad de él mismo. Si bien esta última sólo le es revelada al lector.
Una amistad perfecta los unió desde la adolescencia pese a las notables diferencias de caracteres y clase, o gracias a ellas. Henrik, de familia adinerada, posee un temperamento mundano, materialista y concupiscible, el perfecto militar. Konrad es de procedencia más humilde y acreedor de una vocación artística, musical, sacrificada en aras de la prosperidad social que le impone la carrera militar y que enerva a su amigo porque lo excluye de su ámbito.      Todos los hombres nacemos platónicos o aristotélicos.
Naturalmente Henrik se desposará con una mujer que es la versión femenina de Konrad. El triángulo se romperá cuando Konrad huya al trópico dejando atrás el amor de Krisztina y la sombra del crimen.
Cuarenta y un años más tarde Henrik  sabe que“uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes”, de modo que el reencuentro lejos de ser un diálogo entre dos viejos amigos, siquiera un interrogatorio en busca de motivos, razones, excusas, no es más que un monólogo del viejo y amargado general a través del cual de forma oblicua Márai nos ofrece el retrato portentoso de un hombre que no es más que egolatría, pasión y vanidad, que sojuzgó a dos sensibilidades delicadas, muy superiores éticas y estéticamente al aristócrata que los poseía como quiere ahora poseer la “verdad” de Konrad. Hay un momento en el que de forma jactanciosa, el general espeta refiriéndose a Krisztina: “…ya sabes cuáles eran sus orígenes, lo que significaba para ella todo lo que yo le había dado…”
 Márai, dueño de un estilo elusivo y lacónico propio de la excepcional generación de novelistas centroeuropeos de principios de siglo y de cuyos más egregios representantes no desmerece el húngaro, esboza con delicadeza el retrato de dos almas gemelas que el lector va adivinando en el contrapunto del discurso del general al tiempo que éste va recortando su sombra sobre la luz que dimanan aquellos y que acaba por estrangularla en la tiniebla, para acabar siendo una perfecta alegoría de la vida de todo hombre: la pretendida búsqueda de la verdad se queda en la afirmación de un ego pútrido de vanidad, horadado por el rencor y el cáncer del orgullo maltrecho. Imposible simpatizar con el general, nos resulta demasiado cercano, nos retrata demasiado bien.




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