domingo, 1 de mayo de 2011

EL POETA

                                                                                            “Se puede también caer en la
                                                                                        altura tanto como en el abismo.”

                                                                                          (Hölderlin, Reflexión, Ensayos.)
         
Ecos de la tradición órfica y del origen divino que en esta se le confiere al poeta, resuenan en la concepción que del mismo posee Hölderlin. A él le corresponde hablar por los dioses cuando estos hayan callado, lograr que su voz vuelva a sonar en los oídos abrumados de los hombres por el obstinado repiquetear de los martillos que atronan talleres e infundirles el deseo de belleza, lo uno diferente de sí mismo de Heráclito, el anhelo de concordia y armonía universal.

El poeta se consagra a su labor como a un sacerdocio y entiende su tarea como una misión llevada a cabo con pasión y entusiasmo, pero no carente de peligros, la divinidad, celosa de los que presencian su magnificencia, suelen castigar la osadía con implacable rigurosidad. “Quién habla con los cielos, no debe temer a los relámpagos”, nos dirá nuestro arrogante poeta, sabedor, no obstante, que tras el espléndido vuelo por las esferas celestes, una vez que por su atónita mirada han desfilado las más inefables maravillas, como a Faetón, solo le resta la inexorable caída a los abismos de la melancolía, reverso siniestro del entusiasmo. El melancólico, ante la pérdida del objeto de deseo, en lugar de optar por renunciar a él tras el inevitable trabajo del duelo, repliega la carga de objeto hacia su interior, incardinándola en un yo que, en adelante se encontrará disociado entre la actividad crítica del mismo, y el nuevo yo modificado por la identificación9. Abrumado por esa sombra en su interior, el suicidio puede ser una solución extrema, no obstante a Hölderlin, la divinidad prefirió cegarle la inteligencia, como a Tiresias, acaso para no acallar del todo su música o hacerla, tal vez, más libre, propiciar que volara más alto, al librarla de las cadenas de la razón.

 En efecto, las últimas composiciones de nuestro poeta que se conservan con el poco original título de Poemas de la locura10[1], entre la infinidad que se perdieron, fruto de la desidia, pues en las casi cuatro décadas que permaneció exiliado del mundo y la cordura, en casa del carpintero Zimmer, nunca dejó de escribir, se ofrecen expeditas de convenciones métricas o estróficas, ni la sintaxis lógica comparece ya en la mayoría, que vienen a ser efluvios incontinentes y entusiastas de ritmo puro11 que se eleva liviano a las altas esferas celestiales a las que pertenece y le dan pábulo: “El espíritu no se eleva sino por el entusiasmo, y el ritmo no obedece más que a aquel cuyo espíritu se llena de vida”.
 
Júpiter, representante del legalismo olímpico, y por extensión, de todo orden reglado, es derogado, en favor de una divinidad primigenia y caótica, renuente a cadenas y bozales, el titán Saturno, a la sazón padre del Tonante y víctima suya16. Antígona  prevalece sobre Creonte. La poesía debela a la filosofía. La visión dialéctica de la realidad, es inseparable de la intuición de Hölderlin, de manera que lejos de ser las anteriores oportunistas alusiones mitológicas o literarias para edulcorar el discurso, son auténticas semantizaciones, encarnaciones figurativas a través de las que se dramatiza la simbología dicotómica que preside toda su obra, poética y ensayística. En el siguiente inventario ofrecemos algunas: Razón-Sensibilidad, Historia-Mito, Hesperia-Grecia, Necesidad-Libertad, Juicio-Ser, Melancolía-Entusiasmo, Humanidad-Divinidad. El poeta, habitante de la región etérea que media entre las esferas celestiales y la superficie terrestre, debe salvar estos hiatos y conciliar ambos extremos en una unidad total, su misión es instaurar el Uno y el Todo.
Más arriba mencionamos algunos de los castigos ejemplares con que los dioses premian a los que se adentran en sus dominios y de los que la mitología clásica está llena, no obstante de ser ellos en muchos casos los propiciadores de tales intromisiones toda vez que precisan de testigos de su poder y bocas que lo canten para que puedan ser alabados y sean elevadas plegarias hasta ellos por los mortales. Quiere esto decir que el poeta, es condición de posibilidad de la divinidad, pues de no ser por él, que recuerda y evoca a los hombres el tiempo en que los dioses habitaban sus cielos, permanecerían recluidos en la nada, habitando el olvido sin fieles que crean en su poder, que es tanto como decir que no existirían. El dios necesita al hombre más que el hombre al dios.

 El poeta, como Tántalo, puede asistir a los banquetes olímpicos, lo cual no le eximirá pagar un precio por contarlo, que en ningún caso deberá hacerle renegar de las gollerías que pudo degustar: “Ahora temo que al final me ocurra como al antiguo Tántalo, a quién de los dioses le aconteció más de lo que él pudo soportar.”  (Carta a Böhlendorf, Ensayos)

Esta naturaleza ambigua y medianera del poeta, ser saturado de divinidad que debe arrastrarse preso de la melancolía por la superficie terrestre y atestiguar la belleza que le fue dado contemplar en las insípidas estancias de la vida cotidiana, recuerda a aquella semidivinidad que comparece en el Banquete11 de Platón. Según el retrato que ofrece de Eros la Diotima platónica, este no es ni bello ni feo, ni bueno ni malo, sino algo intermedio, de ahí que tampoco sea un dios, sino un demon que actúa de intermediario entre lo mortal y lo inmortal, como un vínculo que mantiene unido a todo el universo:
 “-Interpreta y comunica a los dioses las cosas de los hombres y a los hombres la de los dioses (…) Al estar en medio de unos y otros llena el espacio entre ambos, de suerte que el todo queda unido consigo mismo como un continuo.” (Banquete, 203a.)
Esta naturaleza mestiza se explica por su genealogía, hijo de Penía(Pobreza) y Poros(Recurso o Abundancia): “No es por naturaleza ni mortal ni inmortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa (…)”. (Banquete, 204.)

Sin embargo, es de capital importancia para nuestros intereses, el papel que le confiere Platón a este demon. Eros es deseo de posesión de lo bello y lo bueno, pero esta posesión no se realiza a través de la contemplación teorética de la belleza, sino de la producción (poíesis), generación en la belleza: “Por esta razón, cuando lo que tiene impulso creador, se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento, procrea y engendra.” (Banquete, 206d.). A través de la fertilidad, de la potencia creativa y reproductora, es como los mortales acceden al reino de la eternidad, su modo de vencer al olvido y triunfar sobre la muerte.  “El impulso erótico conduce al alma de lo sensible a lo ideal. El impulso (poiético)  obliga a descender al alma de la contemplación al “reino de las sombras”, de manera que implante en este mundo los paradigmas contemplados en la ascensión.”(Eugenio Trías, El artista y la ciudad, pag.42)20  
                               
“(…) ¿Cómo podría vivir el sacerdote cuando su dios ya no existe? ¡Oh genio de mi pueblo, oh alma de Grecia, abajo, abajo tengo que buscarte, en el reino de los muertos!” (Hiperión, II.1.)

Esto último nos deja el camino expedito para tratar de dilucidar cual es la naturaleza de la poesía, como producto de semejante impulso creador.







9Cfr. Gómez Sánchez, C., Freud y su obra, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, pp. 224, 226       10Hölderlin, F., Poemas de la locura, Madrid, Hiperion, 2004.
11 Platón, Diálogos v. III. Madrid, Gredos, 2000.

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