jueves, 5 de julio de 2012

Cuaderno de bitácora del Varna: SESSION 9








Las premisas no son nuevas.

Un grupo de hombres aislados. Relaciones tensas, cuentas pendientes, recelos y pérdida progresiva de la confianza.
El escenario tampoco lo es.

Un edificio imponente que cuando estaba habitado era un centro de internamiento psiquiátrico, construido en el siglo XIX, cerrado por falta de fondos públicos y que otro escándalo relacionado con la puesta en práctica de una novedosa terapia.
Como todo espacio que ha albergado locura y dolor, está lleno de malos recuerdos.



Y una semana por delante para eliminar residuos tóxicos de los materiales en descomposición. Los primeros enemigos del grupo serán el asbesto y el reloj (una semana para hacer un trabajo que demanda el doble de tiempo); el segundo, más poderoso, serán ellos mismos. Habrá un tercero.


Y Mary.

De forma nada casual, Mike (Stephen Devedon), descubre unas cintas magnetofónicas clasificadas en 9 sesiones que testimonian la siniestra historia de Mary Hobbes.
Todo lugar tiene un pasado, y el pasado del edificio Kikbride se cifra en Mary. 22 años después de que asesinara a su familia, es sometida a una terapia regresiva. Durante el estado hipnótico se van manifestando diversas personalidades. La princesa, reducto incólume de la inocencia de Mary, y Billy, personalidad protectora. Hay una tercera a la que ambos aluden con sensible temor, Simon.
De forma paralela al aumento de la tensión entre Philp (David Caruso), Hank (Josh Lucas) y Gordon (Paul Guilfoyle), Mike va escuchando las distintas cintas con creciente expectación a medida que se acerca el momento de la aparición de Simon.








Y algo le pasa a Gordon.

Una imagen se repite, una de los dos iconos del film. Gordon sentado en el coche, detenido ante su casa. Mirando a través del cristal y la lluvia con una tristeza sostenida, una congoja, un temor que le abruma el ceño. Parece que no se resuelva a entrar en su hogar, esa familia anhelada por la pareja tanto tiempo y que se está convirtiendo en un pesado fardo. Y al fin sale a la inclemencia de la tarde-noche. El espectador sólo alcanza a ver, desde la puerta exterior, la cocina y a Wendy atareada. Escuchamos la entrada de Gordon. Lleva un ramo barato de flores. Hay que celebrar que le han dado el trabajo. Gordon la aborda, suponemos por el diálogo, de forma lasciva, ella rehusa con vehemencia por no tratarse del momento adecuado y, por accidente, le vierte la olla sobre la pierna. Gordon grita, y su grito de dolor se enreda con el de Wendy y el llanto de Emma en un cortinaje sonoro que hace presagiar lo peor.






Más tarde, Gordon refiere el incidente a Philp, sólo abofeteó a Wendy, desde entonces duerme en un motel. Pero el espectador sabe que duerme en su furgoneta...
En ocasiones Gordon parece no ser dueño de sus actos o no tener una completa percepción de la realidad. Esta actitud errática siembra una inquietud en la audiencia a medida en que los paralelismos con Mary se van acentuando y los presagios se materializan.

El guión, escrito a dos manos por Anderson y Devedon, dosifica la información con maestría, permitiendo a la audiencia apenas anticiparse. Al final, Gordon colgará las fotos del bautizo de Emma en las paredes del cuarto de Mary, mientras trata de hablar con Wendy por un móvil destrozado. El círculo se cierra. Gordon asume que en adelante, la habitación-celda será su hogar.

DOC: -¿Dónde vive la princesa?
BILLY: -En la lengua.
DOC: -¿Dónde vives tú?
BILLY: -En los ojos, porque lo veo todo.
DOC: -¿Y dónde vive Simon?

Y la sesión 9ª. Y Simon.


El conflicto entre los hombres llega a su punto álgido a raíz de la desaparición de Hank y las suspicacias de Gordon hacia Philp (Hank le birló la chica y aquél no le tiene demasiada simpatía). Pero alguien ha visto a Hank en el edificio, y mientras se afanan en buscarlo, Mike encuentra el momento propicio para acabar con la última cinta, en la que aparece Simon.
Simon no es una personalidad más de Mary, un delirio con el que enmascarar la realidad. Simon es una entidad malévola que se alimenta de negatividad, del odio o el miedo.

DOC: -¿Dónde vive Simon?
SIMON: -Entre los heridos y los débiles, Doc...

Palabras con las que concluye Anderson el film, con el fondo de un plano aéreo del amaenazdor edificio, como un gran murciélago con las alas desplegadas.

Anderson adopta un estilo elusivo, de los crímenes de Gordon sólo vemos sus consecuencias, los cadáveres, nunca su ejecución, propuesta coherente con el hecho de que el propio Gordon no es plenamente consciente de sus actos. Del mismo modo, no se visualizan las sesiones de Mary con el psiquiatra, tan sólo vemos dos fotos del personaje que resultan francamente inquietantes, tanto como lo son las voces.
La ausencia de espectáculo es suplida con un notable talento para lograr imágenes que van cargándose de connotaciones a lo largo del film y cautivan al espectador por su fuerza evocadora, y revela la existencia de un cineasta de raza que sabe dar forma a ideas, evitando caer en una excesiva abstracción.
Destaca el plano con el que arranca el film y que se repetirá, de forma elocuente, 9 veces, se trata de un pasillo herrumbroso y escasamente iluminado, con una silla de ruedas. El pasillo conduce a la habitación de Mary y supondrá el final del trayecto para Gordon. Del maridaje entre el espacio vacío, siniestro, y un objeto que testimonia la enfermedad, vestigio de un pasado, presencia que connota una ausencia, resultan complejas asociaciones de sentido.





Cuando el pasado año se cantaban las excelencias de un film, estimable pero mediocre, como Insidious (Ídem, 2011; James Wan) uno no podía dejar de lamentar el relativo olvido en que ha caído una obra mayor como Session 9 . Puede porque sea demasiado sutil para un género al que las estridencias son tan caras, puede que para una audiencia siempre con prisas y hambre de espectáculo, resulte lento, demasiado abstracto en su conclusión.
Puede, pero Anderson, como Laugier o Zombie, ejemplifica un cine de autor que no traiciona las premisas del género, que concilia sus inquietudes con la convención. Sin escora al melodrama (Shyamalan) ni  sacrificio en el altar del logos, dejando la ambigüedad como una cagadita insolente y pagada de sí.
Pero de eso ya hablamos en fechas recientes.
Sólo queda lamentar que Anderson no se prodigue más.

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